16 de enero de 2014

Mueren y nacemos

A Susana

Saludé a la mañana con el rocío en mis ojos. Para empezar, y entre nosotros, la imagen de una hermosa perra. Aunque yo solo viera una mirada llena de ternura forjada durante años al calor de inmensos corazones humanos. La noticia de que se había apagado para siempre.

Estamos condenados a vivir. Y sabemos que, para que merezca la pena, tenemos que amar, entregarnos, vernos en el otro. Pero, a poco que pongamos los sentidos, comprenderemos el sueño del paisaje dormido, el susurro de las hojas del árbol sereno o el canto alegre en pleno vuelo de las aves diciéndonos “yo soy tú”. Aplicado a nuestra no tan estúpida individualidad quiere decir “todo lo que tienes ahora, un día, desaparecerá". Es un peaje del que nadie escapa. Estamos hechos de despedidas y promesas. De todo y de nada. Con puntos y aparte que hemos de seguir en el mismo renglón.

Cuando un perro nos acompaña en la aventura nos enseña mucho. Le ves enterrar las cosas que aprecia, dejándolas a un lado para amarte sin condiciones, sin esperar nada a cambio y sin pasar la factura después. Nosotros no captamos el mensaje y enterramos el amor para poder darle nuestro tiempo y nuestras condiciones a las cosas que apreciamos. Haciendo balanza de lo que damos, guardando rencores y quejas, planificando en las posesiones y los afectos.

Ellos celebran, siempre, que aparezcas. Y cuando estás con ellos celebran la lluvia, el paseo de siempre por el mismo sitio, los nuevos olores aunque sean de mierda o tu compañía aunque ese día no les aporte absolutamente nada. Porque viven en un ahora que siempre es distinto, pero portando el mismo amor. Es lo único que reclaman y a lo que jamás renuncian. Uno no sabe lo que es no pedir nada a cambio hasta que no convive con uno de estos nobles animales. Y solo cuando se van aquellos a los que quieres comprendes que estas lágrimas son la única escalera hacia el cielo que ellos inventaron. El cielo que nos salva cada día y en el que se quedarán siempre.

“Cómo desearía que estuvieras aquí.
Solo somos dos almas perdidas
nadando en una pecera
año tras año,
corriendo sobre el mismo viejo suelo
¿y qué hemos encontrado?
Los mismos miedos de siempre.
Ojalá estuvieras aquí”
(Wish you were here, de Pink Floyd)

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