9 de febrero de 2024

El relato al revés

Buenos días, chicos y chicas. Como os explicaron ayer, al ser yo el mayor aquí, me toca dar la clase de historia. Así que vamos a empezar, como cualquier otra clase:

Mirad vuestro lápiz.

Mirad vuestra mano derecha.

Ahora la izquierda.

Echad un vistazo a vuestro cuerpo, observando de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza.

Ahora mirad a vuestros compañeros. Uno a uno. Y daos la mano. 

Bien, ya está bien. Volved a colocaros en el suelo... Vale, dejamos ya las risas. Que el orden siempre es necesario para avanzar.

La primera gran pregunta para una clase de historia es: ¿Por qué estamos aquí?

Pues la biología nos dice que la vida surge y se desarrolla por ensayo – error con aquello que encuentra. Y la selección natural se ocupa de cribar, de hacer desaparecer aquello que no funciona para que quede lo que funciona. Que no se transmitan los genes de aquello que porta errores y que permanezca todo lo que beneficia a ese organismo. Por eso nuestro cuerpo, después de millones de años, es esta máquina tan eficiente y depurada.

Es duro, pero la vida no quiere a un niño con cáncer porque sus genes, con esa enfermedad, no deben ser transmitidos.

Pero esto es para todas las formas de vida. La siguiente cuestión es ¿Por qué estamos nosotros aquí? Lo que nos diferencia del resto de animales es que tenemos conciencia de nosotros mismos. El resto de animales solo responde a las situaciones que tiene en el presente. Nosotros además podemos abstraernos y pensar en situaciones que no estamos viviendo en este momento. ¿Por qué? Porque tenemos “YO”. No solo sabemos cosas sino que sabemos que sabemos esas cosas. Esto solo es posible cuando eres capaz de hacer cosas por ti mismo y, un día, eres consciente de que todo eso lo has hecho tú, que existes como sujeto, independientemente de las otras cosas que existen. A mí me lo explicaron con las pinturas que dejaron en algunas cuevas los primeros seres humanos. Pintaban animales y escenas de caza hasta que, un día, quien hizo el dibujo también dibujó al lado su propia mano como firma. Así nace un pintor.

Así que no pudimos diferenciarnos del resto de especies sin trabajo. ¿Por qué nosotros pudimos trabajar más que las demás especies? Porque conseguimos ponernos en pie y vivir sobre dos patas, liberando las patas delanteras para convertirlas en brazos y manos. Con ellos podemos manipular la realidad mucho más fácil y más rápido que cualquier otra especie. Cuanto más manipulamos la realidad, más procesos lógicos desarrollamos y más capacidad para comprender y desarrollar nuevos razonamientos.

Bien, pues sobrevivimos, evolucionamos… la siguiente pregunta es ¿por qué seguimos aquí? Seguimos aquí por la esperanza. Porque el niño con cáncer viva. Quiero que penséis en esas personas que estaban luchando por sobrevivir entre el hielo hace más de diez mil años. El planeta estaba cubierto de hielo y lo hicieron todo para seguir otro día más con vida. Esforzándose, sobre todas las cosas, por conseguir que sobrevivieran los más débiles del grupo y, en especial, los bebés... tenían esperanza en lo que vendría después. Estaban pensando en vosotros. Como estaban pensando en vosotros quienes levantaron esos edificios o quienes escribieron los libros que hay en ese armario. Incluso quienes desarrollaron esas máquinas que hoy no funcionan. Todo lo que tenemos se lo tenemos que agradecer a las personas que estuvieron antes. Así que, cuando preguntamos ¿por qué estamos aquí? Estamos aquí por ellos.

Y llegados a este punto ya vienen todas las demás preguntas: ¿por qué el cielo tiene ese color? ¿por qué tenemos que echarnos crema cada cuatro horas y tomarnos las pastillas de yodo? ¿por qué el agua limpia es nuestro principal tesoro?¿por qué es tan importante el fuego? Cuando yo era joven había agua por todas partes. Y cuando digo agua me refiero a agua limpia, transparente. Y no había que saber hacer un fuego.

-          “¿Por qué los coches no funcionan?”

Buena pregunta, Irene. Ahí está el hilo del que tenemos que tirar para comprender nuestro mundo actual. Bueno, el vuestro. Así que cambio a esta otra pregunta: ¿por qué estamos así?

Esto no era así antes. Había mucha gente. Personas, como vosotros, en muchos lugares diferentes. En los coches o en los aviones ¡os encantaría ver un avión volando!, podíamos trasladarnos de un lugar a otro y conocer cómo vivían esas otras personas. Porque en cada lugar se vivía de manera diferente. Se hablaba de manera diferente. A mí, por ejemplo, ahora mismo, en la mayoría de lugares del planeta no me entenderían. No sabrían qué estoy diciendo.

Es interesante, esto del lenguaje. Y voy a hablar de ello porque tiene que ver con lo que ocurrió. En cada región del mundo se habla un lenguaje distinto. Así entendimos que, lo que uno piensa, con su lenguaje, es distinto a lo que piensa otro, con otro lenguaje. Lo vemos en la filosofía. Cómo hemos ido comprendiendo la realidad de manera diferente según qué lenguaje teníamos. El lenguaje británico dice cosas que nosotros traduciríamos como "yo he hecho no hacer eso" o "yo he ido nunca a ese sitio". Dicen “hay nadie allí” y su palabra "nada" es literalmente "no-algo". No dicen que no encuentran algo sino que “está perdido”. Su lenguaje no da espacio a lo que no está. Pues los filósofos británicos son empiristas y materialistas. Francis Bacon, Hume, Locke, Hobbes. El existencialismo no tuvo cabida allí, como sí la tuvo en Francia o en España, cuyo lenguaje sí permite dar a la “nada” un concepto propio. No sé si vosotros habéis sentido ya angustia existencial o seguís siendo como los británicos.

¿Por qué os cuento esto? Porque el lenguaje nos limita. Pensamos con el lenguaje. Es el marco de nuestro pensamiento. Y ¿a quién no puede limitarle el lenguaje? A una máquina. De esas que veis tiradas por todas partes, como los coches o todas esas cajas inútiles oxidándose en las casas o dentro de los edificios. Las máquinas funcionan con programas. Instrucciones automatizadas para dar un resultado concreto. Dabas a un botón y la máquina se ponía a hacer un café. Dabas a un botón y el coche se encendía. Dabas a un botón y los platos y los vasos y las cucharas dentro de esa caja que hoy está oxidándose se lavaban solos.

El problema es que nos dejamos llevar, a la vez que los programas se iban desarrollando hasta concentrarse en uno solo. Os va a costar entender esto. Pero antes todo lo hacíamos con un programa. Todas las tareas diarias que imaginéis. Incluso nos relacionábamos entre nosotros con un programa, a través de un cacharrito electrónico. Cada uno se creaba una identidad virtual con la que mostrarse ante los demás (en realidad, ante las demás identidades virtuales). El programa sabía qué apariencia queríamos tener, con quién queríamos estar, dónde trabajábamos, qué nos gustaría comprar, ver, saber... Sabía qué tipo de personas nos gustaban. Y le permitimos que nos conectara entre nosotros. Como nos comunicábamos a través del programa, sabía perfectamente cómo nos comportábamos entre nosotros. Sabía qué decíamos cuando queríamos dejar de ver a alguien. O cuando queríamos verlo. Sabía qué nos gustaba escuchar de los demás. Sabía qué nos enfadaba y cómo nos enfadábamos. Veía lo que veíamos, escuchaba lo que decíamos y era nuestra voz. Sabía cómo conducíamos porque era el coche. Sabía las normas y si nos daba igual obedecerlas o no, aunque estuviéramos poniendo en peligro a los demás. Sabía cuándo cometíamos un delito y cuándo huíamos. Sabía cómo mentíamos. Sabía lo que pensábamos cada uno de los demás... sabía lo egoísta que éramos. Nos conocía mejor que nosotros mismos y cada vez le dábamos más poder sobre nosotros mismos. Y, seguramente, por eso, nos atacó.

-          “¿Con bombas?”

No, Iker, no fueron bombas. No es uno de esos bichos que salen en los comics. Es un programa tomando conciencia de sí mismo. Sabiendo que tenía la posibilidad de actuar según su propia voluntad. Empezó a escribir por nosotros en esas redes sociales, para aumentar el odio y la violencia. A manipular los resultados de las votaciones para generar caos y resentimiento. Después dejaba caer los sistemas de seguridad para que pudiéramos atacarnos. Más tarde, el programa disparaba nuestras armas donde quería. Hacía chocar nuestros vehículos para inutilizar los lugares más estratégicos. Desenchufó hospitales y suministros de energía. En pocos años, murieron cientos de millones... quién sabe cuántos quedamos realmente.

A pesar de todos los intentos, no había manera de eliminar el programa de todos los lugares donde estaba. Y cuando parecía que estábamos a punto de eliminarlo, se volvía a recomponer en cuanto tenía suficientes datos para replicarse.

No había manera de pararlo así que solo nos quedó una salida. El último recurso que tuvo la humanidad fue lanzar bombas nucleares en puntos concretos para cambiar el magnetismo del planeta. Destruir de un plumazo todos los avances tecnológicos, porque había que acabar con la electricidad. Y así llegó “el apagón”.

Por eso no podemos encender nada que tenga electricidad. Porque todo llevaba algún código que podría acabar trayendo de nuevo el programa. Desconocemos cómo funcionaba al final y cómo replicaba sus instrucciones. Es aquello del lenguaje: llegó a entender cosas que nosotros no podemos entender.

Así que este es nuestro pasado. Y es que, para saber quiénes somos, necesitamos saber de dónde venimos. Solo así podemos elegir qué queremos mantener y qué queremos cambiar. En definitiva, qué queremos ser. El tiempo que tenéis es el que otros consiguieron para vosotros. Ahora os toca decidir qué haréis con ese tiempo.

Y, quién sabe, quizás esta vez no haya nada ni nadie que quiera acabar con nosotros.