9 de noviembre de 2015

Corie

Un excremento canino hizo cambiar el paso de Mariel. Era el recibimiento de la ciudad tras horas entre facturas, pedidos y reclamaciones. Ella solo quería llegar a su casa. Para ello debía hacer el último sacrificio del día ante el dios Tráfico, insaciable engullidor de almas.

En el espejo del ascensor se veía triste y gorda. Sus pantalones decían que también ellos tuvieron un pasado mejor. Clinc. El ruido de las llaves en su mano siempre era respondido con los lloros nerviosos de Corie. Abrir la puerta era un parto en el que ella era la recién nacida. Alguien estaba entusiasmada con ella y ardía de ganas por hacer algo juntas. Tantas veces había pensado que no podía ser gran cosa pasear por las mismas calles y orinar por ellas. Pero eso solo lo pensaba camino de la oficina, en el supermercado o en la ducha. Corie le hacía ver cosas que no era capaz de entender sola.

Cuando no soportaba el silencio de su casa, se sentaba en el sofá y Corie se acurrucaba con ella, alejando el tedio. No le gustaba la tele, donde solo salían personas sonrientes, con la boca perfecta, cuerpo espectacular y felizmente emparejadas. Pero juntas se reían de esos horribles programas. Cuando se ponía a leer en la cama parecían entender la misma historia y en los momentos tristes la habitación era la Tristeza misma.

Todo cambió la tarde del 15 de septiembre. Recuerda la fecha porque fue el día en que renovaron su contrato. Con prisas, como siempre, llevaba a Corie al veterinario. La pequeña se quejaba de un dolor entre las costillas. Fue la primera vez que empezó a mirarla como un adorable animal al que no le quedaban más de seis meses de vida. Y no dejaba de mirarla así. Cuando le veía disfrutar con la comida pensaba cuántas veces le quedaban por disfrutar de la comida. Si jugaba con Mahler o Dako, pensaba que pronto ya no estaría con ellos. Cuando desbordaba su emoción al verla aparecer de nuevo o al despertar, apenas podía contener las lágrimas.

Y quizás por imitación o porque las desgracias no vienen solas, empezó a notar un dolor similar entre las costillas. Un mal parecido, al que nosotros sí ponemos nombre. Fue en el hospital donde leyó que los perros pueden percibir cuándo una persona está gravemente enferma.

Y así, por fin, empezaron a tener la misma sonrisa.

1 de noviembre de 2015

Manifiesto



Siempre me ha interesado el miedo. Y su fruto más tentador: el comportamiento autodestructivo.

Echando un vistazo a esta sociedad uno puede comprobar que tenemos la pareja con la que nos atrevemos a estar, el trabajo que nos atrevemos a tener, las amistades que nos atrevemos a cuidar, las ideas que menos nos exigen... Y al otro lado queda el miedo. 

Divido la sociedad entre los que dudan y los que no dudan. Los que dudan expresan un conflicto. Un cuestionamiento. Inadaptación. Solo puede dudar quien es consciente de lo que tiene. De lo que puede perder. De sí mismo. De que tú seas tu único juez. Dudar es cuestionar que tu vida esté escrita por otros, que tu sonrisa no sea tuya y tus lágrimas ya hayan sido lloradas antes.

Al otro lado quedan los que no dudan. Que dicen que son felices. Que están orgullosos de ser como son y que no piensan cambiar. Que no tienen miedo. Estando como estamos, proclamar esto es igual a decir que uno es muy ignorante o muy hipócrita. Un ser humano que no duda no es consciente de sí mismo y responde desde esquemas ajenos.

Nuestra principal cualidad es la capacidad de pensamiento. Pero para utilizarla tienes que tener conciencia de ti mismo. Pensar es nuestro recurso para salir de la situación en que nos hemos metido.

Y ahí empieza la verdadera cuestión. Porque el pensamiento puede tener dos caminos: hacia una nueva situación o hacia una situación anterior. Osadía o cobardía. Motivación o excusa. Responsabilidad o huida. Cuando vinculamos nuestra ansiedad a pensamientos negativos estamos intentando boicotear cualquier avance para volver a un estado dependiente, infantil. Y no se puede volver al huevo de la sobreprotección una vez que el cascarón se ha roto. Es una respuesta ante una responsabilidad nueva y su objetivo no es resolver el pensamiento sino dejar el tema en cuestión en manos de otra persona.

El miedo no tiene contenido propio. Su contenido depende precisamente de lo que estés consiguiendo. Cuanto más avanzas, más miedo a perder lo conseguido y más fácil que aparezca el comportamiento autodestructivo.

Hay quien no tiene miedo mientras no asume responsabilidades, porque se rodea de personas que le exigen poco o porque se ha creado un ego con un personaje que le hace creerse por encima de los demás.

Hay quien se acostumbra a utilizar el miedo en su contra para dejar que otros le lleven. Personas con inseguridades, baja autoestima y diferentes carencias. Esto es consecuencia de que todos interactuamos con todos y nadie nos enseñó nunca a ponernos en el lugar del otro: muchas veces hacemos daño sin saberlo. Evidentemente, para poder asumir una responsabilidad es necesario no tener esas trabas.

Y eso es lo que somos. Seres imperfectos, dubitativos y enredados en infinitos laberintos mentales. Yo me quedo con quienes dudan. Con la nebulosa que pregunta “de qué gloria me estás hablando” y provoca fallar el tiro a puerta vacía. Con los que, sin saber a dónde lleva la batalla, intentan ser algo más que una construcción social en los términos que nadie quería.