Nos formamos con las respuestas que nos enseñaron para las preguntas que nos hicieron en el espacio que nos dejaban. Crecemos peleándonos con sus teorías en el silencio de la mayoría.
Vivimos en simetría con el entorno en que nos desenvolvemos (por inercia o rechazo). Si alguien a mi lado se abandona, a mí se me quitan las ganas de hacerlo; si otro está muy alegre mientras yo estoy hundido, a mí me hunde otro poquito; y si estoy rodeado de demasiada tristeza, me apetecerá llenar mi espacio en la alegría. La ambición de hoy quiere suplir las carencias de ayer. Entregar tu vida a alguien o a algo te quita peso en tu propia vida. Más que acciones, lo que hacemos son reacciones. El vacío siempre está ahí, con la alegría, la pena, el amor y el odio… Nosotros participamos o no de ello, en función de nuestra posición respecto al grupo.
La falta de respuestas es igual para todos. Y de la misma manera que, si perdiéramos un brazo, no perderíamos nada de lo que somos, no podemos poner un límite físico a nuestra persona, ni en el interior, ni en lo social: somos lo que otros alentaron y lo que nos dejan ser ahora... somos, irremediablemente, una parte de ese "uno" social.
“La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti” (John Donne).