15 de mayo de 2016

Circle of life

Helado de vainilla con menta y confitura de guayaba. Cremoso de dulce de leche con tiras de chocolate negro. Stracciatela con sorpresa de frambuesa. Se llama Elizabeth la chica que pasa el paño impoluto por la vitrina. Deja brillante el deseo, expuesto a los transeúntes. Y el joven que camina mirando al interior de la tienda no puede apartar sus ojos. No será ella quien le devuelva la atención sino el hombre que espera junto al banco, con su carpeta y no sé cuántas promociones. Le dirá que lo siente pero que no tiene tiempo. Da igual que solo una de las dos afirmaciones sea cierta porque ambas se pierden bajo unas perfectas armonías, trazadas en tonalidades mayores, y con letras que nombran con agradecimiento a Jesucristo. Efectivamente, en una esquina del parque hay un grupo de personas repeinadas y sonrientes cantando. Como avanzadillas en el ataque salen parejas repartiendo octavillas a los transeúntes. No, gracias, no soy creyente. Y una leve risita. Claro, amigo, no pasa nada, responde uno. Pero el otro queda especialmente noqueado. No ha sido la respuesta, sino la sonrisa desinteresada, que le ha recordado a Brian. Cierto es que todo le recuerda a Brian, pero ahora ha podido ver la forma de su boca. Y en silencio vuelve a llevar al compañero de vuelta a la otra esquina del parque. A su paso bordean el estanque, ignorando que unos patitos van tras ellos, hambrientos. Y por fin llegan al teatro de títeres, que mantiene encendidas pequeñas sonrisas y enormes ojos expectantes.