31 de enero de 2017

Aita

Yo soy de los que piensa a diario en lo extraño de la existencia. En si todo está predestinado por la genética, el entorno y el aprendizaje. Si somos piezas de un teatro representado sin remedio. Si el amor es tan químico como volátil. Y, peor, si es interesado. Así que vivir tu muerte ha dado un poco más de profundidad a mi depresión de siempre.

Quizás con la idea de volver al comienzo, nos fuimos a pasar unos días a Bilbao. Allí donde estábamos todos y tú eras el padre, el líder, el gruñón. Aita. Allí dejamos el coche, tu coche, aparcado donde pudimos. Zona azul: tendríamos que madrugar para cambiar el ticket.

El recibimiento en el hotel fue muy agradable. Y mientras esperábamos el papeleo correspondiente, eché un vistazo a la máquina de "snacks" de la entrada. Había dos latas de Coca-Cola, de esas que llevan un nombre propio. Y me pareció gracioso que, en una de ellas, era tu nombre, "Ricardo", el que nos miraba.

A la mañana siguiente, antes de las 9:00, bajé con Igor a cambiar el coche de sitio. El frío pelaba. Al llegar comprobamos que, sobre la bruma que descansaba en el maletero, un dedo infantil había escrito "Papá". Unas letras que saltaron a mi cuerpo en un escalofrío.

Ya en Madrid, con las pilas de la memoria cargadas, volví al trabajo. A los pocos días, tuvimos un curso de control del estrés. Mientras la responsable del curso hablaba de las situaciones que nos llevan a la emoción negativa, el autosabotaje y la pérdida del control yo me perdía en mi pensamiento de siempre, que busca algo más. La consistencia de una derrota tan intangible como invulnerable. La presencia de la nada y su irremediable peso. El por qué personas tan inteligentes como Pavese, Woolf, Nietzsche, Séneca, Hemingway o Pizarnik acabaron suicidándose. Y en la pantalla cuatro palabras de las que resaltaban sus iniciales:

         Ansiedad Ira Tristeza Alegría

Yo, que soy irreversiblemente ateo, de repente me vi creado y creando. De alguna manera te sentí. Una manera que solo yo podía ver. Que no es real, como lo que ya no está físicamente pero forma parte de ti. Como la nada y su peso irremediable.

28 de enero de 2017

Opciones

Vivir nunca
fue una opción
como deshojarse en acordes
beber la rosa que te pincha
enredar palabras de araña
o abrazar el mar que te ahoga

27 de enero de 2017

Ese punto azul pálido

No eres tú,
soy yo
que quiero conocer
otros demonios,
dijo la razón.

Mátame si quieres
pero he decidido quedarme
todo lo que tengo
que olvidar,
dijo el corazón.

Páginas que se resisten a pasar,
vacíos que no se dejan hacer,
luces que se apagan ante la grieta,
y, menos mal,
abismos que besan abismos.

Cada amanecer
sonríe al verte
para recordártelo

19 de enero de 2017

El abrigo (Relato breve)

 I

Los dos están sentados en lo que parece ser una colchoneta. La pared necesita una mano de pintura. O dos, mejor. Pero una, lo que se dice “ya”. La habitación agradecería algún mueble. La altura la dan los tres montoncitos de libros de enfermería. Que sonríen porque cada mañana son tocados por ella. Hay un ordenador en el que él pasa muchas horas. Y ahora señala a la pantalla:

- Míralos. Puede que la vida no resista esta noche. Y nosotros aquí.

- Lo sé. Pero no podemos hacer nada por ellos. Ya nos han cortado la luz. Y pronto nos echarán del piso.

- Pero vamos a seguir vivos, Lorena. Ahora, aquí, tenemos mantas. Que le jodan al casero. Menudo gilipollas.

- Nos puede buscar la ruina. Yo que sé. Igual nos acaban metiendo en la cárcel por no pagar.

- No creo. Yo que sé. He visto que en Almirante Jodar recogen abrigos para enviar a Lesbos.

- Sonrisa. ¿Abrigos? ¿Y nosotros qué llevamos?

- Podemos comprar uno con lo que tenemos en el bote.

- Joder.

Sí, claro que sí. Supongo que lo necesitan más que nosotros.

- Se cogen de la mano.

Llaman al amor. Y parece que es urgente.

II

La calle es un lugar casi respirable, pero no de todos. Y esta mañana hace frío en Barcelona. Bruno está acostumbrado a esperar en colas al aire libre. Lorena apenas puede disimular que está tiritando.

- Mola que haya tanta gente aquí, ¿verdad?

- Sí.

- Oye. ¿No te parece que esta gente...?

- Ya. Esta gente trae cosas de cojones.

- Eso mismo. ¿Crees que sus abrigos valen más de 70 pavos?

- No lo sé, amor.

Voy a acercarme a la puerta, a ver si veo algo de lo que están cogiendo. No te muevas de la cola.

Lorena mira alrededor. Ellos no suelen pasar por esta calle. No hay una colilla en el suelo. Ni un papel. Le llama la atención ver a un hombre vestido de verde entregado a la limpieza de la calle. ¿Cuánto cobrará? ¿Tendrá hijos? Igual sí le da para tener hijos. Imagina a ese hombre con una mujer un poco entrada en carnes, más bajita que él. Y con dos hijos. En un pisito del Raval. Y hay un perro. Pero vuelve Bruno.

- Joder, yo qué se.

- ¿Qué? ¿Todo es mucho más caro, verdad?

- Dicen que solo aceptan equipos de ski. Para temperaturas extremas. He visto que le decían a uno que no cogían el abrigo.

- ¿En serio?

- Dice que no son una ONG, que son una pareja que se ha ofrecido a hacer esto. Y son unos pijos del infierno.

- Joder. No me jodas. Joder, Bruno. Nos hemos gastado lo que teníamos.

- Nos hemos gastado lo que teníamos. Amor. ¿Qué te parece si nos vamos?

- Risa nerviosa.

 ¿Y qué hacemos con este abrigo? ¡A mí no me vale!

- Se lo regalamos a alguien que esté en la calle. ¿Cómo lo ves? Nosotros tenemos mantas.

- Vale

- Besos

- Besos

Los besos son muy exigentes. Siempre necesitan de más besos. Quizás la política de vivienda no sea más que otra parte de la conspiración para que no nos demos besos.


III

Bruno y Lorena están despeinados. Como casi siempre en casa. La Luna les mira por la ventana. Creo que tiene celos. Uno busca a la Luna cuando no tiene a quién mirar. Es el punto de encuentro para los que no están juntos. Y los dedos de Bruno pasan por la mejilla todavía ardiendo de Lorena, que deja caer sus pensamientos sobre su pecho. Yo miro desde fuera. Como la Luna. Nosotros seguimos viendo la propiedad privada.

- Al tipo le hizo mucha ilusión, ¿verdad?
- Vaya sonrisa que le sacamos.
¿Te sientes bien?
- Sí. Creo que hemos hecho lo que teníamos que hacer.
- Lo que queríamos hacer
- Beso
- Tiene que ser la misma cosa. Si no, no vale nada.
- Besos

IV

Es media mañana. Porque ha pasado la mitad de la mañana y por la sensación de que apenas ha sido disfrutada a la mitad. Lorena está en casa. Está enchufada a uno de esos libros. Pero ya tiene el arroz hervido con un par de salchichas. Un par porque son dos. Tienen que ser dos.

- Hoy sí que ha habido una buena. Casi nos matamos.
- ¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?
- El de la ETT se ha puesto chulo con uno. Otro al que no le pagaban lo que le habían dicho. Que había estado currando dieciséis horas al día. Ese tío hubiera matado esta mañana si no es por la Seguridad.
- La Seguridad de que te van a engañar. Me cago en dios.
- Esa. Le han empezado a pegar. Y se ha metido uno de los de la cola a pegarles a ellos. Y nos hemos metido todos. Joder. Le he pegado una hostia al gilipollas ese gordo cebón hijo de puta. Me he quedado a gusto.
- Risa desbordada
- Risa enloquecida.

La Risa es un lugar. Donde dejarse caer por la colina de la infancia. De la mano del amor de mamá. Los amigos. Entre estas montañas solo hay amistad y juego. Ayuda. Aquí nadie puede tener frío.

- ¿Es mentira, no?
- No, no. Ha pasado. Hoy también. Si pasa en mi cabeza, pasa, ¿no?
- Te quiero.
- Te quiero.

V

- No te he contado. Esta mañana. Cuando iba a la cola de Empleo.

He visto al tío de Coronel Flaco. Al indigente.

- ¿El del abrigo?
- Sí. El del abrigo. Que no tenía abrigo, ni nada. Estaba hecho mierda. Se ha debido poner de todo. Y ahí estaba. Tirado. Le he intentado hablar y no se podía ni mover. No me ha entendido una mierda.
- Joder.
- Me cago en dios.
- ¿Era demasiado bonito, no?

- Sí. Era demasiado bonito.


18 de enero de 2017

Microcuento 8

El semáforo en rojo le señaló al niño aferrado a un peluche roto y la canción acabó descolgando dos gotas de rocío. Volvió a dar al play.

Cadena de frío

Tampoco me atrevo a escribirte
porque no sé aún
si te echo más de menos a ti
o a lo que te llevaste de mí