Mi tía hablaba el otro día de lo “quejicas”
que son los hombres. Mucho más que las mujeres. Los hombres perdemos el culo
cuando pasa una mujer atractiva, somos infieles, no hacemos las tareas del
hogar... Ya. Personalmente me fastidia esa adjudicación de cualidades mirando
la entrepierna. Porque no nos engañemos, no se trata de “género”: se trata de
adjudicar cualidades por pura genitalidad. Nadie hace un estudio a una persona
para saber su género. Dice “tiene bigote = hombre”, “tiene tetas = mujer”; si
se llama “Manolo” es el hombre y si se llama “Ana” es la mujer. No creo en la
perspectiva de género. Habiendo tantas realidades distintas en las que viven
hombres y mujeres distintos, la perspectiva de género me parece buscar teorías
para aplicar sobre la realidad, y no buscar en la realidad para conseguir una
teoría. La mitad de la humanidad es masculina y la otra mitad femenina. La
perspectiva de género pretende hablar de “un” hombre y “una” mujer y después
aplicar esas conclusiones en función del sexo. Me suelen criticar que “sexo” y
“género” es distinto. Y respondo “díganme un caso en el que “sexo” y “género”
no ha coincidido. No es que sean lo mismo, es que se utiliza a la vez como
causa y como efecto. Están en las dos partes de la ecuación. En la premisa
(sexo) y también en el resultado (el concepto de género, previamente moldeado).
Una trampa efectiva pero que yo no puedo tragar.
¿Qué hay detrás de una afirmación sexista? Generalmente,
autoafirmación. Cuando mi tía decía que los hombres son unos “quejicas” no
había hecho un estudio sobre la masculinidad, se estaba refiriendo a su marido.
Ella no se queja y su marido sí. Punto en la batalla del matrimonio.
Mi hermano intentaba dar luz a esta situación
argumentando que las mujeres, al tener la regla, tienen que lidiar una vez al
mes con el dolor, y eso les da un umbral del dolor un poco más alto.
Interesante. Pasamos al tema de los falsos silogismos: Si A = B y A = C, entonces
B = C. Aquello de “si los niños que comen mejor son más altos y los niños que
comen mejor son los que sacan mejores notas, entonces los niños más altos son
los que sacan mejores notas”.
Mi conclusión sería que las personas que están acostumbradas
al dolor tienen un umbral de dolor más alto. Pero no que las mujeres tienen un
umbral de dolor más alto. La mayoría de las mujeres con fuertes dolores
menstruales tendrán un umbral del dolor más alto a la media, exactamente igual
que las personas con cualquier tipo de dolor crónico, o que realicen un trabajo
físico extenuante o los deportistas de élite... ¿qué tal “las personas
obligadas a un sacrificio periódico tienen un mayor umbral del dolor”? Para
todo lo demás, hablemos de “perfiles”, de comportamientos asociados a un
contexto. No es lo mismo un padre que lleva treinta años de casado, que se ha
jubilado manteniendo intacta esa idea de que él ha llevado el dinero a casa y
ya ha cumplido en todo, que un padre joven recién casado y con otros valores o un
joven soltero sin hijos o un viudo o un abuelo solitario en el pueblo... Una
mujer que mantiene las tradiciones familiares en un entorno rural no es lo
mismo que una mujer que vive sola y tiene un buen puesto de trabajo en una
ciudad, ni que una mujer casada, con un trabajo y sin hijos, o una mujer que
tuvo que ponerse a trabajar muy joven por alguna desgracia familiar o una joven
atrapada en las chorradas de la pseudo-cultura que percibe en la mediocridad de
los mass media.
Otro
ejemplo sobre la nocividad de los falsos silogismos. Un amigo me decía que
todos somos racistas y usaba como argumento que nunca dejarías tu casa en alquiler
a un negro. Tenemos que preguntarnos a fondo por qué no lo querríamos, sin
quedarnos en la mera apariencia. No es por el hecho de que sea negro. Es por
cosas como que tenemos miedo a lo que no conocemos (ahí el temor hace el resto:
¿y si es otra cultura y me llena la casa de negros o pone música tribal hasta
las tantas...), el temor de que se vuelva a su país o se vaya a otro (es
alguien al que le presuponemos desapego hacia el lugar donde vives y con alguien
de aquí no nos lo plantearíamos), porque es una minoría y está más expuesta a
no tener trabajo o tener pocos ingresos, o tenerlos por vías ilegales. En
definitiva, hay muchos temores hacia dejar de cobrar el alquiler o a que se
utilice tu casa de alguna manera que no te guste. No es porque defendamos una
doctrina racista. ¿Y si fuera una mujer negra? La cosa cambia. Otro silogismo
nos llevaría al machismo. Y seguramente el factor sexual influirá en muchas
cosas, pero también influirá ese ideal que nos dice cosas como que una mujer no
va a querer solucionar nada por la fuerza o la idea de que será más sensible y
dialogante para cumplir su compromiso. ¿Y si es un negro o negra con dinero y
perfectamente instalado en esta sociedad? No creo que siquiera saliera el tema
del racismo.
Parto
de que, al nacer, nadie tiene una orientación sexual adjudicada. Durante años vivimos en la inocencia
absoluta, sin filiaciones y sin prejuicios. No hay niños-macho y niñas-hembra,
hay “niños” sin distinción de sexo. Y hay “mayores” no sexualizados: el niñ@
sabe qué puede esperar de cada uno. El silogismo nos llevará a la conclusión
que queramos sacar. La persona que más atenta y sensible estará con el niñ@
probablemente
sea una
mujer. Pero habrá otro montón de mujeres que no tengan ninguna intención de
asumir ese papel y muchos hombres que estarán deseosos de asumirlo.
El niñ@
crece y, en la medida en que vaya teniendo protagonismo con el entorno tiene
que ir definiendo su imagen. Tiene que posicionarse a partir de lo que percibe
en su entorno. Ya no solo hay “niños” y “papás y mamás”... empieza a haber personas
autoritarias y personas dialogantes, personas que se acercan y se preocupan y
personas que no quieren saber nada del resto, hay izquierda y hay derecha, hay
religiosos y no religiosos, divertidos y sosos... el pequeño tiene que ir
configurando su propia imagen para vivir en sociedad. Al fin y al cabo, interactuar
con los demás es defender la idea de ti que proyectas sobre ellos. Tu identidad
ocupa una posición en el tapiz social y desde esa posición piensas y
reaccionas, te justificas sobre lo que haces y lo que no haces.
Tu
orientación sexual es parte de esa construcción social que da forma a lo que
eres. Como con lo demás que vas eligiendo, te quedarás en el lugar donde estés
más cómodo, donde esté más cómodo todo lo que has hecho y lo que no has hecho.
Donde esté más cómoda la imagen que tienes de ti mismo. Eliges tu identidad
sexual con cosas como la manera de vivir tus deseos, la manera de expresarte y la
imagen física que muestras a los demás.
La
imagen ideal de lo masculino y lo femenino que una sociedad hereda y ofrece es
necesariamente antagónica. Hoy prevalece la masculinidad como fuerte, con
iniciativa, protectora... y la feminidad como delicada, frágil, de formas
suaves, complaciente. A lo largo de la historia, como ocurre con toda lucha de
contrarios, esto ha tenido una función, aparte de la biológica reproductora que
ocurre en todas las especies. Las sociedades se estructuran en torno a un sistema
económico y la unidad familiar, que no era importante en los tiempos de la
esclavitud, pasa a ser clave en el feudalismo. Las familias pobres vivían en la
propiedad de los aristócratas terratenientes. De lo que producían, lo mejor iba
para el señor, y el resto para ellos. Cuantos más hijos tuvieran, más brazos
para trabajar la tierra. La mujer pobre quedaba relegada al hogar y los hijos. Las
familias ricas basaban sus privilegios en los derechos dinásticos y el papel de
las mujeres aquí quedaba relegado al de esposa transmisora de linaje y, aunque
en otro plano más despegado, también madre. En el capitalismo, el trabajo
asalariado pasa a ser la base del sistema. Es en la plusvalía que el
propietario arrebata al asalariado donde radica la explotación y perpetuación
del sistema. Aquí es donde los “-ismos” se tambalean. Sí, la mujer ha sido
históricamente explotada y puesta en una posición inferior respecto al hombre.
Pero en las sociedades capitalistas occidentales, allí donde hay clase media,
ha alcanzado cotas de libertad a la altura del hombre. Además, hay mujeres
capitalistas (propietarias y rentistas) que son explotadoras exactamente igual
que los hombres capitalistas. Como la explotación se basa en reducir el
salario, las doctrinas dejan de ser usadas como “absolutos”, como categorías de
la vida humana para todo tiempo y lugar. Hay pretextos, pero no nos engañemos:
bajo criterio económico. Da igual el pretexto para establecer mano de obra
barata. No hace falta legitimación para que un empresario español utilice un
edificio en ruinas en Bangladesh con varios miles de trabajadores hacinados.
Solo tiene que ofrecer los empleos. Hay fábricas esclavistas por todo el mundo.
Hay aprovechamiento de minorías inmigrantes por todo el planeta. No se trata de
racismo, sino de capitalismo. El racismo es una excusa, el capitalismo no. La
división sexual del trabajo existe: culturalmente, se asignan trabajos no
cualificados a los géneros femenino (limpieza, cuidado de mayores) y masculino
(mozos de almacén y trabajos físicos). Hay grupos de edad marginados para el
empleo (mayores de 45 años), hay mujeres que ganan sueldos exorbitantes por
mostrar su belleza en los medios –algo que al menos hace cambiar el concepto de
machismo “explotador”-. Al capitalista le da igual a quién le tenga que pagar
menos, solo quiere pagar menos. Si el estado le subvenciona la contratación de
minusválidos, contratará minusválidos, y si le subvenciona la contratación de
mujeres o inmigrantes, eso será lo que ocurrirá. La fórmula “beneficio =
ingresos – costes” puede con cualquier otra consideración.
El
género lo construye nuestra interacción con los demás. Uno no sabe que es un
varón hasta que no ve a una mujer y viceversa. Lo que ocurre en nuestra
relación con el género opuesto es determinante para definir qué tipo de mujer /
hombre seremos. Ya digo que no creo que el género explique nuestros
comportamientos. Antes del género están los “tipos de persona” donde encajamos
hombres y mujeres. Tengo más en común con muchas mujeres que conozco que con
muchos hombres que conozco. Y tampoco creo que las relaciones de pareja puedan
ser explicadas desde el género. Veo que en las parejas hay roles que se asumen
desde cada uno de los miembros y que uno se explica con el otro y viceversa.
Esos roles a veces son ocupados por el hombre, otras por la mujer,
indistintamente. Hay infinidad de factores. Todos conocemos a personas que
están con alguien inseguro y parece que eso es lo que les hace falta para
sentirse seguras y cómodas en su existencia, porque admiten haber estado
enamoradas de otras personas o no dudan en cometer infidelidades. Hay quienes,
al contrario, necesitan alguien con un temperamento fuerte y liderazgo. Depende
de cosas como haber asimilado el patrón de comportamiento que han visto en su
propia familia o, precisamente, rechazarlo. El caso es que no considero tampoco
que un hombre actúe siempre igual en una relación de pareja por el hecho de ser
“el hombre”, y lo mismo sobre “la mujer”.
Ese
tipo de razonamientos solo puede mantenerse con falsos silogismos. Como cuando
me tengo que dar por aludido porque me dicen que una mujer no tiene miedo al
compromiso y un hombre sí. O cuando me dicen que yo gano más dinero que ellas,
o que a mí me hacen más caso por ser hombre o que yo no sufro por mi físico y
no siento presión sexual. Creo que quien vuelca sobre mí –el sexo opuesto- estos
prejuicios realmente me habla de alguien con quien ha tenido una mala
experiencia y que la quiere arreglar conmigo. Quiere reafirmarse en que lo hizo
bien y dejar la responsabilidad de lo que no salió bien en la otra parte, en el
otro sexo.
Ocurre
que se habla de “género” como si las mujeres fueran víctimas de los hombres. Aquí
podemos recopilar otra infinidad de silogismos. He leído cosas como que “los
hombres tienen el dinero” o que “solo los hombres tienen el tiempo libre” para
acceder a la cultura. Recuerdo el caso de una madre soltera que me hablaba como
“experta en género” porque cursaba un master sobre género. Resulta que no había
ido a ninguna clase porque “no tenía tiempo”, al cuidar de la niña. Y que se
quedó embarazada de un idiota al que confundió con el “hombre de su vida”.
Desde luego, es más fácil culpar al sexo opuesto que asumir los propios
errores. Tenemos que saber cuándo solo se trata de no asumir la responsabilidad
de nuestros actos.
Me
interesa el tema de la presión social. Nos hablan de la dictadura de la
estética que hay sobre las mujeres. Sin embargo, muchas mujeres hablan de lo
bien que se sienten cuando se ven guapas, y muchas más de lo liberador que es escuchar
públicamente a una mujer hablar de lo mucho que “le pone” un tío atractivo... Y
busco el lugar éticamente correcto, igualitario, y el único que se me ocurre es
“que cada un@ haga lo que quiera con su cuerpo”. ¿Quién soy yo para decir a una
mujer que no debe ponerse tacones? ¿No sería yo machista diciéndole al otro
sexo lo que tiene que hacer? Cada un@ es dueño de sus deseos, y todos vienen de
algún sitio. No quiero saber cómo practicaban el sexo los hombres y mujeres del
paleolítico.
Nos dicen
que las mujeres tienen esa presión sobre la estética y los hombres no. Parece
que la idea es que, si un hombre no se pone minifalda, entonces no hay presión
sobre el hombre. Y lo que hay que hacer es buscar dónde está la presión. Si el
ideal de lo masculino y de lo femenino es antagónico, la presión social ha de
ser simétrica: con la misma intensidad, en dirección contraria. Desde pequeños
se fomenta en las niñas el lloro como medio para que se les haga caso, mientras
a los niños se les presiona para que no lloren. Así se configura una manera de
enfrentar los problemas ante los demás. El chantaje emocional femenino es el
correspondiente a la solución por la fuerza masculina y viceversa. Y quien solo
quiera ver una de las dos, miente. Como miente quien vea que las adolescentes
llevan minifalda pero no que ellos tengan que parecer gorilas; quienes ven la
presión en que ellas busquen formas delicadas mientras ellos son “tontos”
porque hablan a gritos y se pegan todo el rato para ver quién es más “machito”.
Que las adultas tengan que querer a un solo hombre pero no que, si no te
“follas” a las mujeres que muestran interés hacia ti eres un “flojo” y un
“maricón”. Que un tío hable de las tetas de una mujer y no que una mujer hable
de la importancia del tamaño o de la falta de virilidad. Que es presión hacia
la mujer que muchos hombres quieran tener a su lado a una mujer más atractiva
que “la de los otros” hombres... pero no que esa necesidad en esos hombres es
otra presión social. El pavor a la impotencia que respira esta sociedad, la
imagen de hombre de éxito como hombre con poder, con un coche mejor que el del
vecino... Creo que este ideal de hombre es en gran parte causante del aumento
de la homosexualidad. Al aumentar la libertad de opción ha aumentado el rechazo
al “hombre” tradicional en favor de otras formas de ser y de sentir la sexualidad.
Para
ello, las nuevas tecnologías han ayudado a abrir la mente porque compartimos
distintas miradas. A toda época de “abrir la mente” le corresponde un foco de
reacción ultraconservadora pero, a grandes rasgos, se avanza en tolerancia. El
mito del hombre viril, tosco y dominante sexual ha sido reemplazado por una
variedad de opciones masculinas. Incluso entre los propios hombres no pasa nada
si se proclama la homosexualidad y el gusto por aquellos deseos adjudicados
tradicionalmente a las mujeres. La reacción homófoba es, precisamente,
resultado del miedo a esa apertura. El miedo del que ha crecido con el ideal de
macho alfa pero ve más cerca que nunca la opción de la homosexualidad, en las
antípodas de su propio ideal, no solo erótico, sino como base de su propia
identidad. Cada vez es más fácil encontrar a una mujer que vive como quiere,
saltándose el modelo de mujer frágil, obediente y complaciente y cada vez es
más fácil ver hombres homosexuales. Cada vez es más difícil creer que “los
hombres” tienen cualidades innatas como que “las mujeres” tengan las suyas. Adiós,
silogismos. No olvidemos que, antes de nada, somos personas creadas por
personas y con capacidad de decidir nuestros comportamientos.