31 de marzo de 2015

Lubitz

Quizás se habla tan poco y tan mal de Lubitz porque pone de manifiesto muchos de nuestros pavores. Vivimos la época del relativismo. Desde que Nietzsche exclamó aquello de “Dios ha muerto” la cultura cristiana quedó huérfana. Que no existía Dios ya lo dijeron muchos antes. El problema es que, en nuestra cultura, el bien y el mal emanaban de Dios. Desde entonces el bien y el mal perdieron su caracter absoluto y sagrado. A la hora de actuar, solo existe el interés. Esta conclusión, a mí por lo menos, me causa desasosiego. ¿Por qué ayudar al otro? La libertad absoluta niega, por definición, todos los demás absolutos. Si decido ayudar es por un interés propio: puede ser el refuerzo de una identidad mejor valorada socialmente (aprobación social), esa idea de que, si ayudo al débil, otro más fuerte me ayudará a mí cuando lo necesite (necesidad de protección) o porque en esta sociedad que todo lo mercantiliza cobro un sueldo por ello (interés económico). Que nos haga sentir mejor también es un interés. Creo que el mal de Lubitz no nace de la falta de empatía sino de querer reforzar esa empatía en los momentos en que todo se tambalea.

“Si Dios no existe, todo está permitido” es el pecado original de la libertad del individuo. Creo que nadie es libre sin haber pasado por este razonamiento. Ser libre cuesta y escribir en el vacío pesa mucho. La primera vez que escuché esa frase me recorrió un escalofrío. Pensé en el hecho de hacer daño a alguien débil, que no se puede proteger. Si Dios no existe... ¿qué me detiene a hacer daño? Es lógico llegar a esa pregunta desde una cultura que ponía su énfasis en explicar lo que no había que hacer. El Dios represor premiaba nuestras "buenas" conductas y castigaba las "malas". El Dios represor ya no está, pero nos grabó a fuego sus preguntas, que se combinan muy bien con las necesidades de una sociedad individualista y que pone en venta hasta las emociones.

Lubitz nos recuerda una gran paradoja materialista: la nada existe. Es la ausencia de algo que existía antes o aquello que ocupa, sin contenido, el espacio de lo que se está desvaneciendo. Nietzsche intentó resolver este desubicado comienzo de la libertad del individuo occidental desarrollando la idea del “super-hombre”. Afortunadamente, este otro alemán no tenía pasajeros en su vuelo pero acabó sus días en un psiquiátrico. Y es que el comportamiento autodestructivo, la derrota final, se basa en hacer precisamente lo que no querrías hacer. Creo que Lubitz hizo lo que hizo porque siempre tuvo miedo de hacerlo. Dejar morir a todos los pasajeros del avión que pilotaba. No era algo planeado y en ningún caso le revertía beneficio alguno. Cuando todo se tambalea. Simplemente, ese día la casualidad quiso que fuera posible hacerlo y la nada respiraba por él en los minutos en que no supo contestarse otra cosa a ¿Por qué no dejarnos caer a todos?