25 de enero de 2016

Nieve

Contaba Manuel Rivas que su madre, tras horas fregando las oficinas del Fénix Español, llegaba a casa, se quitaba las zapatillas y ponía la televisión. Una vez salió la imagen del Empire State Building  y ella exclamó "pobre de la que tenga que fregar todo eso!".

Hoy nos cuenta la caja tonta que hay una tormenta de nieve en la Costa Este de los Estados Unidos. El folklore esquizofrénico hace una pausa entre el terror habitual y el miedo a vivir para enseñarnos al americano medio, o medio americano, sacando su equipo de ski para darse una vuelta de lo más cool por la calle de siempre.

Yo prefiero rebuscar en el "Refugio nocturno" de Brecht. "Me han contado que en Nueva York, en la esquina de la calle veintiséis con Broadway, en los meses de invierno, hay un hombre todas las noches que, rogando a los transeúntes, procura un refugio a los desamparados que allí se reúnen. Al mundo así no se le cambia. Las relaciones entre los hombres no se hacen mejores. No es esta la forma de hacer más corta la era de la explotación. Pero algunos hombres tienen cama por una noche. Durante toda una noche están resguardados del viento y la nieve a ellos destinada cae en la calle..."

22 de enero de 2016

Diego

Diego descubrió demasiado pronto que una misma calle lleva a sitios distintos. Y demasiado pronto quiso encontrar su propia salida.

A nosotros nos lo contó su muñeco Lucho. Como la ventana anunciando a Diego, su nota retrata nuestra sociedad. La rectitud del padre, los cuidados de la madre, la preocupación de la tía en paro, los caprichos del abuelo, el fracaso de todos.

Aunque hace tres meses de su muerte, con su nota en los medios Diego nace para nosotros. En las redes sociales brotan más notas, que solapan sus condolencias a las de David Bowie. Que si la culpa es de los profesores, de los niños malos, de internet... y lo único seguro es que, entre sus preciosas letras, faltaban muchas cosas.

Probablemente las mismas que faltan entre estas. Y más que siguen cayendo por la ventana de la cocina. Mirad a Lucho.


10 de enero de 2016

Bombas

Toda época necesita su miedo. Y nuestro mundo decadente solo tiene espacio para la muerte y el fin del mundo. En el cine y en las series conviven el humor más simple y el dilema de salvar a la humanidad de todo tipo de amenazas. En las noticias asoma la bomba de Hidrógeno. Un país lejano, otra amenaza.

Bombas traen los combatientes de las nuevas empresas apocalípticas, bombas prometen nuestros gobernantes como respuesta, estalla una bomba emocional ante la imagen del niño sirio pasando hambre de todo, menos de bombas. Bomba despido, bomba lista de espera, bomba que trae el resultado de las Elecciones...

Pero la bomba H nos pone a otro nivel. El conocimiento humano utilizado para arrasar con toda vida existente, sin hacer diferencias. Conocemos muy poco de nuestro cerebro, no sabemos relacionarnos entre nosotros y despreciamos sistemáticamente al resto de vida del planeta. Pero sabemos forzar una explosión que consigue arrasar vida a la temperatura del núcleo del Sol, que es la madre de toda la vida del planeta. Los griegos tenían muchos menos datos cuando teorizaban sobre los átomos. Y no se les ocurriría pensar que, controlando la reacción de los átomos, se podría destruir todo alrededor. No hay creación sin destrucción como no hay avance sin miedo.

Dicen que las células empezaron a juntarse por el desamparo de la propia existencia. Algo así como un “tengo miedo” primigenio, un “no puedo yo sola” hizo que una célula se acercara a otra y ambas compartieran energía y capacidades. Amar para sobrevivir. Hoy que somos organismos compuestos de miles de millones de células en perfecta armonía seguimos diciendo, de una manera o de otra, que solos no podemos.

Pero hay células que se desvanecen sin encontrar a las otras. Corría la mañana del 9 de octubre de 2012 cuando una pequeña de apenas cuatro años era encontrada sin vida en las aguas de Melilla. El “tengo miedo” que Europa no quiere oír. La temperatura del núcleo del Sol. No sabemos por qué ninguno de los salvados alertó esa noche al equipo de salvamento de que faltaba una niña por recuperar. Y a día de hoy nadie ha reclamado el cuerpo de la pequeña de gorro azul. El color de nuestro planeta. Quizás por miedo a preguntar, quizás por la ingenuidad hacia un mundo que nunca reservó para ella más que el silencio de las células abandonadas. Nuestro silencio.