Gastó
con ella su última bala. No más pintar el mundo de nuevo, ni reinventarse cada
vez ni todas esas cosas que piensan los enamorados. Y se quedó en el horario de
la oficina. En la programación del otro lado de la tele. En el equipo de todo
el mundo y las causas perdidas donde nos refugiamos todos. Y volvió a sentir el
silencio del pasillo del instituto. La sensación de después de dejar a la novia
en su casa. El espacio físico, solo físico, de la manta y el café en la noche.
Y ya nunca más el vértigo. Y apenas miedo a cada vez más tonterías. Como
uno de esos zapatos que uno ve en la carretera. No sabe por qué está ahí y los
demás no se lo explican.
No
había más opciones. Gastó con ella su última bala.