28 de diciembre de 2015

Pilla pilla



Como todas las mañanas, salió a la calle para encontrarse. Y ese día no trabajaba así que pudo elegir dónde buscar. Paredes con viejas pintadas que ya nadie leía. El cielo cumpliendo su horario laboral. Un chico con una carpeta en la mano con el tiempo muy justo para el siguiente tren. La mirada perdida de la chica sentada en la acera. Una pareja besándose al lado de un portal. Nunca sabremos si entraban o salían. El señor que espera la orden del semáforo con la pausa insoportable de la sabiduría. Un grupo de adolescentes pasando el día de pellas. Se reconoció en el amigo que no se apuntaba nunca. Una mujer latina dando el cariño que esperan sus hijos a la anciana que cuida. La recepcionista en la entrada del Jardín Botánico, pisando el cigarro como si apagara un recuerdo. La extraña cercanía hacia la mujer envuelta en cartones en la calle más comercial. Se detuvo para apreciar los colosos imponentes en los edificios más altos cuando, a sus pies, surgió la risa nerviosa de una pequeña que jugaba al “pilla-pilla”. Con sus pasitos hacía cosquillas al asfalto, que dejó de rugir. Los coches se saludaban amables y la ciudad entera pareció desnudarse. Buscó con sus ojos un lugar seguro y encontró la mirada de otro transeúnte con el mismo desconcierto. La ciudad solo quiso escuchar una voz: “¡Toi aquí!”

9 de noviembre de 2015

Corie

Un excremento canino hizo cambiar el paso de Mariel. Era el recibimiento de la ciudad tras horas entre facturas, pedidos y reclamaciones. Ella solo quería llegar a su casa. Para ello debía hacer el último sacrificio del día ante el dios Tráfico, insaciable engullidor de almas.

En el espejo del ascensor se veía triste y gorda. Sus pantalones decían que también ellos tuvieron un pasado mejor. Clinc. El ruido de las llaves en su mano siempre era respondido con los lloros nerviosos de Corie. Abrir la puerta era un parto en el que ella era la recién nacida. Alguien estaba entusiasmada con ella y ardía de ganas por hacer algo juntas. Tantas veces había pensado que no podía ser gran cosa pasear por las mismas calles y orinar por ellas. Pero eso solo lo pensaba camino de la oficina, en el supermercado o en la ducha. Corie le hacía ver cosas que no era capaz de entender sola.

Cuando no soportaba el silencio de su casa, se sentaba en el sofá y Corie se acurrucaba con ella, alejando el tedio. No le gustaba la tele, donde solo salían personas sonrientes, con la boca perfecta, cuerpo espectacular y felizmente emparejadas. Pero juntas se reían de esos horribles programas. Cuando se ponía a leer en la cama parecían entender la misma historia y en los momentos tristes la habitación era la Tristeza misma.

Todo cambió la tarde del 15 de septiembre. Recuerda la fecha porque fue el día en que renovaron su contrato. Con prisas, como siempre, llevaba a Corie al veterinario. La pequeña se quejaba de un dolor entre las costillas. Fue la primera vez que empezó a mirarla como un adorable animal al que no le quedaban más de seis meses de vida. Y no dejaba de mirarla así. Cuando le veía disfrutar con la comida pensaba cuántas veces le quedaban por disfrutar de la comida. Si jugaba con Mahler o Dako, pensaba que pronto ya no estaría con ellos. Cuando desbordaba su emoción al verla aparecer de nuevo o al despertar, apenas podía contener las lágrimas.

Y quizás por imitación o porque las desgracias no vienen solas, empezó a notar un dolor similar entre las costillas. Un mal parecido, al que nosotros sí ponemos nombre. Fue en el hospital donde leyó que los perros pueden percibir cuándo una persona está gravemente enferma.

Y así, por fin, empezaron a tener la misma sonrisa.

1 de noviembre de 2015

Manifiesto



Siempre me ha interesado el miedo. Y su fruto más tentador: el comportamiento autodestructivo.

Echando un vistazo a esta sociedad uno puede comprobar que tenemos la pareja con la que nos atrevemos a estar, el trabajo que nos atrevemos a tener, las amistades que nos atrevemos a cuidar, las ideas que menos nos exigen... Y al otro lado queda el miedo. 

Divido la sociedad entre los que dudan y los que no dudan. Los que dudan expresan un conflicto. Un cuestionamiento. Inadaptación. Solo puede dudar quien es consciente de lo que tiene. De lo que puede perder. De sí mismo. De que tú seas tu único juez. Dudar es cuestionar que tu vida esté escrita por otros, que tu sonrisa no sea tuya y tus lágrimas ya hayan sido lloradas antes.

Al otro lado quedan los que no dudan. Que dicen que son felices. Que están orgullosos de ser como son y que no piensan cambiar. Que no tienen miedo. Estando como estamos, proclamar esto es igual a decir que uno es muy ignorante o muy hipócrita. Un ser humano que no duda no es consciente de sí mismo y responde desde esquemas ajenos.

Nuestra principal cualidad es la capacidad de pensamiento. Pero para utilizarla tienes que tener conciencia de ti mismo. Pensar es nuestro recurso para salir de la situación en que nos hemos metido.

Y ahí empieza la verdadera cuestión. Porque el pensamiento puede tener dos caminos: hacia una nueva situación o hacia una situación anterior. Osadía o cobardía. Motivación o excusa. Responsabilidad o huida. Cuando vinculamos nuestra ansiedad a pensamientos negativos estamos intentando boicotear cualquier avance para volver a un estado dependiente, infantil. Y no se puede volver al huevo de la sobreprotección una vez que el cascarón se ha roto. Es una respuesta ante una responsabilidad nueva y su objetivo no es resolver el pensamiento sino dejar el tema en cuestión en manos de otra persona.

El miedo no tiene contenido propio. Su contenido depende precisamente de lo que estés consiguiendo. Cuanto más avanzas, más miedo a perder lo conseguido y más fácil que aparezca el comportamiento autodestructivo.

Hay quien no tiene miedo mientras no asume responsabilidades, porque se rodea de personas que le exigen poco o porque se ha creado un ego con un personaje que le hace creerse por encima de los demás.

Hay quien se acostumbra a utilizar el miedo en su contra para dejar que otros le lleven. Personas con inseguridades, baja autoestima y diferentes carencias. Esto es consecuencia de que todos interactuamos con todos y nadie nos enseñó nunca a ponernos en el lugar del otro: muchas veces hacemos daño sin saberlo. Evidentemente, para poder asumir una responsabilidad es necesario no tener esas trabas.

Y eso es lo que somos. Seres imperfectos, dubitativos y enredados en infinitos laberintos mentales. Yo me quedo con quienes dudan. Con la nebulosa que pregunta “de qué gloria me estás hablando” y provoca fallar el tiro a puerta vacía. Con los que, sin saber a dónde lleva la batalla, intentan ser algo más que una construcción social en los términos que nadie quería.

15 de octubre de 2015

Invierno

Esta tampoco es mi calle,
pero tus recuerdos
son preciosos cartones
con los que soportar el invierno

Así



Así imagino a los árboles cansados
charlando en la noche
con las estrellas
y a la luna
mirándose
en el agua,
sabiéndote,
porque todo pregunta por ti
en este sino de interrogación

13 de octubre de 2015

Walking Dead


Gastó con ella su última bala. No más pintar el mundo de nuevo, ni reinventarse cada vez ni todas esas cosas que piensan los enamorados. Y se quedó en el horario de la oficina. En la programación del otro lado de la tele. En el equipo de todo el mundo y las causas perdidas donde nos refugiamos todos. Y volvió a sentir el silencio del pasillo del instituto. La sensación de después de dejar a la novia en su casa. El espacio físico, solo físico, de la manta y el café en la noche. Y ya nunca más el vértigo. Y apenas miedo a cada vez más tonterías. Como uno de esos zapatos que uno ve en la carretera. No sabe por qué está ahí y los demás no se lo explican.

No había más opciones. Gastó con ella su última bala.

20 de septiembre de 2015

Es


Suave
y decidida
es la batalla
sobre el lienzo,
enérgica
la flor
que la lluvia espabila,
prometedor
el primer vuelo.
Atravesar las sombras
con curiosidad nueva
y el vértigo
convertido en promesa
en tus besos

22 de agosto de 2015

Big crunch



Los porqués no tienen principio ni final. Solo se transforman. Quizás por eso hoy nos dan las noticias ya masticadas. Y quizás sea, además de mezquino, lo más saludable. Nos cuentan que un hombre ha intentado asesinar indiscriminadamente en un tren que une Amsterdam y París. Lo narran como un problema religioso y localizado, del que debe quedarte el miedo a ese monstruo que avanza contra Occidente. A las mismas horas, miles de familias pelean por escapar de la incertidumbre diaria de una explosión, una violación o una ejecución. Que sea una cosa u otra es tan aleatorio como que sea una bandera, un libro sagrado o un libro de contabilidad el que haya empezado la batalla por el control de los recursos de su país de origen. En su imaginario colectivo, un tren como el que llevó al fundamentalista del kalashnikov hacia París les llevará a ellos a Alemania. Una palabra que les sigue oliendo a hambre pero que suena sin bombas. Las que les tira la policía de Macedonia son una broma comparada con Alepo. O la que tiró Merkel sobre la niña palestina en el plató de televisión. Como los disparos de Melilla y las olas que tragan africanos pobres. No sabemos si hay escapatoria. Lo único cierto es que en ese tren nos han metido a todos.

21 de agosto de 2015

De nuevo

Y un día
te ves desnudo
y ella lava tus pensamientos
y los expone
y te demuestra
que has pasado
mucho tiempo creyendo
solo
lo que querías creer.
Y ya nada es igual.
Y quieres.
Y crees


14 de julio de 2015

La depresión del verano



Recuerdo momentos de angustia existencial desde niño. Puedo recordar con nitidez una clase de gimnasia, corriendo por el patio del colegio en pleno verano, cuando algo me hace interpretar que todo es una representación, algo predeterminado donde nada vale más que nada. Todo es neutro y previsible y sigue su curso para encontrarse con la nada absoluta. El sentirme ahí me oprime el pecho y me pone nervioso... más cuanto más quiero salir de esa sensación. Pero, siendo un niño, uno acaba confiando en que algo vendrá. Esa sensación la he tenido muchas veces después. Con el tiempo, uno va sabiendo que nada vendrá y cada vez las preguntas son más puntillosas. Y cada vez la realidad más doliente, a pesar de todo.

Una de las grandes cuestiones apunta al “cuándo” aparece una crisis existencial. Si surge por algo que no va bien en ti para alejarte de esa realidad o es por algo que empieza a ir bien hasta darte vértigo y traerte dudas para renunciar y volver al estado anterior.

Por un lado, está la cuestión social como desencadenante. Ante una decepción con una persona querida, un grupo con el que te identificabas o simplemente unas expectativas frustradas, tu cabecita te mete en un atolladero para evitar actuar sobre la realidad. Por ejemplo, a mí hay veces que me da miedo pensar que el bien y el mal no existen sino como meros convencionalismos impuestos por la mayoría por puro interés. Sin embargo, cuando llego a esa conclusión me siento mal. Y el hecho de sentirme mal es una manifestación de rechazo, de tomar partido: no quiero que sea así y esa sensación expresa una lucha -que intuyo no es mía- por dar significado al concepto “bien” y conseguir que nuestra existencia tenga un sentido apacible. Pienso que somos huérfanos de Dios porque nuestra cultura se construyó en torno a Él como el Creador del que emanaba la Bondad y que ahora ya no está. Que ese espacio lo ha ocupado la competitividad ruin y el sálvese quien pueda en los que se basa este sistema económico. Y mi conclusión es que esa batalla por encontrar absolutos apacibles realmente no puede estar aislada en una cabecita. Somos seres sociales y en lo social no hay respuestas válidas sin los otros. La batalla por el bien empezó con los primeros seres humanos. Y si estamos aquí y tenemos estas capacidades, estas dudas y todas las ideas desarrolladas que tenemos es, precisamente, por ellos. Esa batalla por el significado, por dignificar lo que somos a pesar de todo, es la que se manifiesta en cada momento con los demás.

Por otro lado, sí reconozco algo que no tiene que ver con ese lugar que ocupas en tu proyección de los demás, que son igual que tú. Dado que nadie puede saber por qué existe algo en lugar de nada, por ahí pueden colarse un montón de cuestionamientos acerca de lo que nos hace ser lo que somos. Desde esos cuestionamientos uno puede mirar su propia existencia en medio de la libertad absoluta de un universo infinito y sentir miedo. Puede cuestionar las certezas de la realidad que le rodea como convencionalismos de una época y quedarse flotando en una existencia que nadie, en realidad, ha deseado ni pedido. Llegar a un punto en que de repente nada vale nada en medio del silencio del Cosmos. Esa crisis existencial te puede anular por completo y puede hacer ver tu alrededor como algo ajeno hasta no poder soportar tu propia existencia, lo cual va por un camino distinto al de la cuestión social. Eso sí, sin ser fruto de la realidad social de tu momento, sí creo que el tormento por no tener respuesta al misterio de la vida es una cualidad del ser humano.

Tanto en lo social como en lo individual, creo que deberíamos dejar de vernos como “seres” humanos y empezar a vernos como “ser” humano. Somos un verbo que lucha vida a vida por su propio significado en un universo indiferente donde no hay segundas oportunidades. Sagan decía que somos el Universo mirándose a sí mismo. Y creo que nuestra culminación como especie es conseguir ser el Universo mirándose en los ojos del otro.

9 de julio de 2015

La creación

Celebraciones ajenas
miradas esquivas.
La primera noche sin papá.
El regalo de reyes.
El silencio contigo.
Empezar de cero o acabar sin ti
y uno nunca puede solo.
Hospitales que no avisan
y el dolor de todos.
Tu sonrisa
mi prisión.
Incompleto
todo empieza de nuevo.

22 de junio de 2015

Quizá


"quizá tuviera una sonrisa
como la tuya
dulce y honda
quizá tuviera un alma triste
como mi alma
poca cosa"
(Benedetti)

Es imposible
que me acostumbre
a dejar de
descubrirte.

Tus cuatro paredes
responden en las mías
un silencio que ofrece
nuestras entrañas

como si pudiéramos
darnos consuelo.

Sin el vértigo de tu mano,
solo temo enredarme
en las sombras
o ser una de ellas.

Quizá del amor
no debe uno
nunca
salir vivo.

16 de junio de 2015

Aita

Es cierto que nunca nos llevamos bien. No te puedo culpar por ello, porque tampoco conseguí llevarme bien conmigo mismo. Al fin y al cabo tengo treinta y siete años y sigo solo. Como diciéndole al mundo que me quiero tanto que solo puedo hacerme daño yo. Y a estas alturas uno sabe muchas cosas. Por ejemplo, que la violencia es solo un atajo del miedo. Y que el viejo gruñón que nunca dio un abrazo a sus hijos llora cuando, ataviado con uno de esos reciclados pijamas de hospital, piensa en su nieto de tres añitos. No te quiero culpar de cómo eras como no te quiero querer por el hecho de ser mi padre. Pero sí hay una cosa de la que quiero culparte: de que no me dieras respuestas ni cuando veías que me ahogaba en preguntas. Estabas más preocupado por dárselas a los presentadores de la tele. Muchas respuestas. Casi todas. Pasara lo que pasara, teníamos que saber que tú tenías casi todas las respuestas.

Y ahora te veo sin ellas. Se han ido. Ya ves, el presentador de la tele sigue siendo el mismo. Y él tampoco tiene tus respuestas. Yo las mías ya no las quiero. Solo quiero seguir escuchando las tuyas. Las que quieras. Sin ellas me siento al otro lado de la tele.

Someone like you


Galeano me enseñó que recordar es volver a traer al corazón. En nuestro caso no es exactamente así, porque de mi corazón no puedes salir. Pero recuerdo. Como respiro. Para sentir contigo. Y recuerdo cuando te dije que, tocando Someone like you al piano, tuve esa sensación de plenitud inmensa a la que llevan las más bellas creaciones del corazón humano. Sentí que me daba igual morir, si tan solo me dejaran tocar este tema una vez más. Después te recordé emocionada escuchando Time Lapse entre mis dedos temblorosos -no es para menos, se presentaban ante una de esas bellas creaciones-. Me dijiste que habías podido sentir lo mismo. Los científicos dicen que el sonido no se transmite por el vacío. Nunca lo había pensado, pero lo sabía. Lo sabía porque mis pensamientos antes morían solos, desabrigados. Y tu risa ahora los convierte en melodía, por absurdos o temerarios que sean. Si digo que me acordé de ti no me refiero al recuerdo exactamente. Me refiero al acorde.


7 de junio de 2015

Nº 10

Le recorrió un escalofrío al intentar entrar en la casa. La sensación de que había alguien al otro lado. Estuvo a punto de echarse a correr en dirección contraria pero le pudo una mezcla de curiosidad y la necesidad de negarse a tirar la toalla. Decidió ir hacia la puerta de atrás, manteniendo el sigilo. Pudo abrir esa puerta y entrar en el garaje, que atravesó en silencio. Mientras recorría el pasillo que daba al salón, una mano que apareció desde el pequeño baño le sujetó firmemente por el antebrazo. En pánico, no pudo darse la vuelta para mirar. Quedó absorto observando al fondo una cocina que no era la suya. Ni el salón, por los detalles que podía contemplar desde aquel pasillo ajeno. Comprendió que uno no piensa las cosas que hace mientras le va bien. Quizás había entrado a robar. Quizás era ya otra persona.

31 de mayo de 2015

Nosotros y yo

Si cuando estoy con ella se derrumba todo aquello en lo que creo, y cuando pienso sin ella solo camino hacia el miedo... ¿Qué demonios soy yo? Ese “yo” es el hilo que nos ata a la realidad, que mantiene unidas nuestras experiencias, deseos e ideas asumidas. Pero ¿qué es lo que ata realmente y para qué? Quizás lo que queda atado como “yo” tiene que ver más con nuestro entorno que con nuestra esencia. Con el contexto que nos hizo y su necesidad de que todo siga igual. Quizás la primera razón por la que venimos a ocupar un espacio en el mundo es ésa: que todo siga igual. Reproducir lo que existe. Rellenar todos los huecos del imaginario colectivo, en la proporción necesaria para que siga funcionando como estaba. Esto no tiene que ver con nuestras emociones más profundas, aquellas que no controlamos y que conocemos en los momentos que compartimos plenamente con otra persona. El “yo” sería la noción que tenemos de nosotros mismos y por eso depende de lo que percibimos que los demás piensan de nosotros. Por eso está determinado por los demás. Cuando pensamos, lo que hacemos es defender esa posición en la estructura que hemos dibujado con los demás para posicionarnos ante los demás y colocarlos en relación a nosotros mismos. La arquitectura de la calma. Pensar no es más que defender esa estructura y nuestra posición en ella. Que todo quede como está. Por eso el pensamiento es conservador. Busca razones para no actuar y para justificar la inacción. Solo actuamos en contra de este determinismo si hay una motivación externa que nos anima a ello. Si apareces tú queriendo escapar del absurdo impuesto y te conviertes en una razón por la que arriesgar y pelear. Nos encontramos en el otro. Y allí, precisamente, es donde toda esa superestructura que nos viste cada mañana puede desvanecerse.

12 de abril de 2015

Ella

Era como una de esas gatas que no quiere que la toques y si la acaricias se va de tu lado pero las noches de frío necesita ir a acostarse entre tus piernas. Pensé decirle que no debía jugar así con las personas. Pero también pensé que ya tenía suficiente

31 de marzo de 2015

Lubitz

Quizás se habla tan poco y tan mal de Lubitz porque pone de manifiesto muchos de nuestros pavores. Vivimos la época del relativismo. Desde que Nietzsche exclamó aquello de “Dios ha muerto” la cultura cristiana quedó huérfana. Que no existía Dios ya lo dijeron muchos antes. El problema es que, en nuestra cultura, el bien y el mal emanaban de Dios. Desde entonces el bien y el mal perdieron su caracter absoluto y sagrado. A la hora de actuar, solo existe el interés. Esta conclusión, a mí por lo menos, me causa desasosiego. ¿Por qué ayudar al otro? La libertad absoluta niega, por definición, todos los demás absolutos. Si decido ayudar es por un interés propio: puede ser el refuerzo de una identidad mejor valorada socialmente (aprobación social), esa idea de que, si ayudo al débil, otro más fuerte me ayudará a mí cuando lo necesite (necesidad de protección) o porque en esta sociedad que todo lo mercantiliza cobro un sueldo por ello (interés económico). Que nos haga sentir mejor también es un interés. Creo que el mal de Lubitz no nace de la falta de empatía sino de querer reforzar esa empatía en los momentos en que todo se tambalea.

“Si Dios no existe, todo está permitido” es el pecado original de la libertad del individuo. Creo que nadie es libre sin haber pasado por este razonamiento. Ser libre cuesta y escribir en el vacío pesa mucho. La primera vez que escuché esa frase me recorrió un escalofrío. Pensé en el hecho de hacer daño a alguien débil, que no se puede proteger. Si Dios no existe... ¿qué me detiene a hacer daño? Es lógico llegar a esa pregunta desde una cultura que ponía su énfasis en explicar lo que no había que hacer. El Dios represor premiaba nuestras "buenas" conductas y castigaba las "malas". El Dios represor ya no está, pero nos grabó a fuego sus preguntas, que se combinan muy bien con las necesidades de una sociedad individualista y que pone en venta hasta las emociones.

Lubitz nos recuerda una gran paradoja materialista: la nada existe. Es la ausencia de algo que existía antes o aquello que ocupa, sin contenido, el espacio de lo que se está desvaneciendo. Nietzsche intentó resolver este desubicado comienzo de la libertad del individuo occidental desarrollando la idea del “super-hombre”. Afortunadamente, este otro alemán no tenía pasajeros en su vuelo pero acabó sus días en un psiquiátrico. Y es que el comportamiento autodestructivo, la derrota final, se basa en hacer precisamente lo que no querrías hacer. Creo que Lubitz hizo lo que hizo porque siempre tuvo miedo de hacerlo. Dejar morir a todos los pasajeros del avión que pilotaba. No era algo planeado y en ningún caso le revertía beneficio alguno. Cuando todo se tambalea. Simplemente, ese día la casualidad quiso que fuera posible hacerlo y la nada respiraba por él en los minutos en que no supo contestarse otra cosa a ¿Por qué no dejarnos caer a todos?

28 de febrero de 2015

Me

Me hablas de la alegría
y esa tarde la siento
en unos pasitos cortos
y sus nubes sonrojadas.

Que viste una gaviota
en esta ciudad sin mar
para, un ratito después,
encontrarme en su volar.

Sé que la luna existe
cuando se mira en tu espalda
y que otro mundo me espera
ansioso de tu mirada

10 de febrero de 2015

Time lapse


Tras la imagen, "Struggle for pleasure" (Wim Mertens)
 
Perderse en la indiferencia
donde nadie mira
en el momento
del juguete nuevo
en tus pechos
en el hilo de impersonalidad constante
de noventa minutos
en el otro elegido
en el olor a muerto
del poderoso
que iguala al resto
en la ilusión de que
todo esto, algún día,
no será nuestro.

5 de febrero de 2015

Sombras (microrrelato oscuro)

Te preguntarás dónde estás. Y por qué. Si eres lo que recuerdas, ahora no recuerdas nada.

Todo lo que le pasa a un ser humano tiene sentido solo entre los seres humanos. Cuando te preguntas por qué vives yo te respondo “y por qué te lo preguntas”. La existencia es un misterio, pero la existencia humana no tiene ninguno. La mujer que cometió esa barbaridad con el pequeño indefenso es, para la mayoría, una desequilibrada que ha hecho algo malo. No lo dicen para comprenderlo. Y mucho menos para cambiarlo. Lo dicen para creerse en el lado correcto. Ellos están en la bondad y ella no. Ella solo quería asesinar lo correcto. La bondad. El lugar sagrado al que nunca le ayudaron a entrar. No te engañes: nunca podrás destruir más de lo que tú mismo has creado.

A la vida no le importa si somos luz o sombra, ambas cosas le alimentan. Somos piezas en el puzzle de los otros. Y no existimos si no estamos en ese maldito puzzle. Dímelo a mí, o a quien creas que estás leyendo.

16 de enero de 2015

El equilibrio más difícil (otro microensayo)



Somos seres sociales. Si no actúas ante los demás te vacías de contenido. Necesitas ganar un  espacio tuyo en un entorno. Y desde ahí obtener un significado propio que mostrar y defender ante los demás. El verdadero nacimiento es cuando uno gana esa posición respecto a los demás. Solo entonces puedes elegir. Quedarte donde estás o buscar algo nuevo. Y que decidas una cosa u otra dependerá de algo muy sencillo: la compensación. Si te compensa quedarte, por lo que tienes seguro, te quedarás. Te entrarán los nervios y el cuerpo te pedirá justificar la inacción, dejar las cosas como están. Ver lo bueno de lo que tienes y los riesgos de la nueva posibilidad, para no cambiar nada. La cobardía no existe, es simplemente que no nos compensa cambiar. Y la valentía tampoco: si te compensan las expectativas del cambio, antes o después, te lanzarás.

Hay una tercera opción, que se queda a medias: renegar de lo que eres. Sucede cuando lo que te compensa es quedarte en un lugar imposible para que otros se ocupen de lo tuyo. Interesante detalle: solo puede ocurrir si cuentas con que otros pueden ocuparse de lo tuyo. Porque nadie vive deprimido sin que otro se ocupe de lo suyo. Las personas que no saben lo que es la sobreprotección o tener a alguien que les “haga las tareas” no se deprimen. Pensar de más y abandonarte a la negación y al miedo es la manera de querer seguir con lo mismo pero sin esfuerzo. Es una excusa más, como demuestra el hecho de que empeñarte en buscar explicaciones o regodearte en las tristezas que te rodean no cambia nada de lo que no te gusta ni tampoco te hace actuar distinto. La realidad es que vivir es una obligación. Y morir, con su olvido, también. Nadie puede escapar ni de ésto ni de sí mismo. 

La vida sí tiene sentido, otra cosa es que ese sentido no nos guste. Si te pregunto si eres una silla me responderás que no eres una silla. Tu vida tiene un sentido propio y es tarea de cada uno encontrarlo. Es lógico que no nos guste la vida por cosas como que no es justa ni da segundas oportunidades. Al fin y al cabo, nadie eligió vivir. Y lo que tenemos, realmente, no es fruto de nuestra lucha, sino de lo que otros han luchado por nosotros, por dotarnos de capacidades. Somos el fruto de la lucha de otros y nuestra vida es su resultado. Sí, somos una construcción. Hay quien dirá que eso quiere decir que nuestra vida está determinada de antemano. Quizás solo quiere decir que toda pregunta tiene una respuesta. Que todo es explicable. Como la respuesta que vas a dar: o está predeterminada o no es tu respuesta. Todo ello nos lleva a pensar acerca de qué somos realmente cada uno de nosotros. Si aprendemos y asumimos por asimilación o estímulos, si solo funcionamos por compensación. ¿Qué hay de “mí” cuando hablo de mí? ¿Hay algo “propio” en la existencia de uno? Ni nacemos ni nos hacemos: nos traen al mundo y nos hacen. Y el espacio donde estamos es siempre una cuestión de todos. 

Eso sí, una vez configurada nuestra razón de ser, nuestra individualidad, aparece algo que solo nos corresponde a nosotros: la capacidad de elección.

En primer lugar, hacia nosotros mismos, con el cuestionamiento de lo que nos han dicho que somos y lo que debemos hacer. El bien y el mal no existen como absolutos de los que participen las formas de vida. No hay absolutos. Eres tú quien debe decidir con qué te quedas. Pero si no te esfuerzas, tu criterio en realidad no será sino el resultado de tu propia compensación. Antes de elegir con qué te quedas, primero debes comprender esto. El bien es lo que tú consideres positivamente y el mal es la destrucción de lo que has considerado. El mal no es nada por sí mismo, solo es un “anti-“ lo que hayas pensado. Por eso no tiene valor. Es una manera más de huir de tu realidad.

En segundo lugar, el cuestionamiento del entorno. Necesitamos interactuar en el espacio común para existir pero, a la vez, en ese espacio común no cabe el vacío y tiene su propia dinámica, que nos puede convertir en lo que no queremos ser. La mediocridad ocupa un lugar en todas las sociedades y, si no caes tú, caerá otro. No está claro que se pueda construir una sociedad donde se erradique la mediocridad. Probablemente solo cambiaría de forma. Bien mirado, una sociedad sin contrarios es una sociedad estática, es decir, muerta. Y los contrarios te permiten elegir.

Elegir es vencer la compensación, adueñarnos de ella, de su dinámica y obligaciones externas a nosotros. Y que nunca se disipe la duda de si estamos siguiendo nuestra propia decisión o si solo respondemos a los estímulos externos.

14 de enero de 2015

Tus silencios

Me cuesta hablar de nosotros. Las palabras explican significados, pero eres tú quien da significado a lo que hago. Y a lo que no hago. Cómo explicar con unas copias que aguardan su turno algo que está vivo y da vida. Que mirar contigo lo cambia todo. Hasta lo que era yo antes. Dos distintos que se ponen en común. Las palabras se quedan cortas y al juntarse no se reconocen diciéndose.

Así disfruto tus silencios.

10 de enero de 2015

La excusa sexista



Mi tía hablaba el otro día de lo “quejicas” que son los hombres. Mucho más que las mujeres. Los hombres perdemos el culo cuando pasa una mujer atractiva, somos infieles, no hacemos las tareas del hogar... Ya. Personalmente me fastidia esa adjudicación de cualidades mirando la entrepierna. Porque no nos engañemos, no se trata de “género”: se trata de adjudicar cualidades por pura genitalidad. Nadie hace un estudio a una persona para saber su género. Dice “tiene bigote = hombre”, “tiene tetas = mujer”; si se llama “Manolo” es el hombre y si se llama “Ana” es la mujer. No creo en la perspectiva de género. Habiendo tantas realidades distintas en las que viven hombres y mujeres distintos, la perspectiva de género me parece buscar teorías para aplicar sobre la realidad, y no buscar en la realidad para conseguir una teoría. La mitad de la humanidad es masculina y la otra mitad femenina. La perspectiva de género pretende hablar de “un” hombre y “una” mujer y después aplicar esas conclusiones en función del sexo. Me suelen criticar que “sexo” y “género” es distinto. Y respondo “díganme un caso en el que “sexo” y “género” no ha coincidido. No es que sean lo mismo, es que se utiliza a la vez como causa y como efecto. Están en las dos partes de la ecuación. En la premisa (sexo) y también en el resultado (el concepto de género, previamente moldeado). Una trampa efectiva pero que yo no puedo tragar.
 
¿Qué hay detrás de una afirmación sexista? Generalmente, autoafirmación. Cuando mi tía decía que los hombres son unos “quejicas” no había hecho un estudio sobre la masculinidad, se estaba refiriendo a su marido. Ella no se queja y su marido sí. Punto en la batalla del matrimonio.

Mi hermano intentaba dar luz a esta situación argumentando que las mujeres, al tener la regla, tienen que lidiar una vez al mes con el dolor, y eso les da un umbral del dolor un poco más alto. Interesante. Pasamos al tema de los falsos silogismos: Si A =  B y A = C, entonces B = C. Aquello de “si los niños que comen mejor son más altos y los niños que comen mejor son los que sacan mejores notas, entonces los niños más altos son los que sacan mejores notas”.

Mi conclusión sería que las personas que están acostumbradas al dolor tienen un umbral de dolor más alto. Pero no que las mujeres tienen un umbral de dolor más alto. La mayoría de las mujeres con fuertes dolores menstruales tendrán un umbral del dolor más alto a la media, exactamente igual que las personas con cualquier tipo de dolor crónico, o que realicen un trabajo físico extenuante o los deportistas de élite... ¿qué tal “las personas obligadas a un sacrificio periódico tienen un mayor umbral del dolor”? Para todo lo demás, hablemos de “perfiles”, de comportamientos asociados a un contexto. No es lo mismo un padre que lleva treinta años de casado, que se ha jubilado manteniendo intacta esa idea de que él ha llevado el dinero a casa y ya ha cumplido en todo, que un padre joven recién casado y con otros valores o un joven soltero sin hijos o un viudo o un abuelo solitario en el pueblo... Una mujer que mantiene las tradiciones familiares en un entorno rural no es lo mismo que una mujer que vive sola y tiene un buen puesto de trabajo en una ciudad, ni que una mujer casada, con un trabajo y sin hijos, o una mujer que tuvo que ponerse a trabajar muy joven por alguna desgracia familiar o una joven atrapada en las chorradas de la pseudo-cultura que percibe en la mediocridad de los mass media.

Otro ejemplo sobre la nocividad de los falsos silogismos. Un amigo me decía que todos somos racistas y usaba como argumento que nunca dejarías tu casa en alquiler a un negro. Tenemos que preguntarnos a fondo por qué no lo querríamos, sin quedarnos en la mera apariencia. No es por el hecho de que sea negro. Es por cosas como que tenemos miedo a lo que no conocemos (ahí el temor hace el resto: ¿y si es otra cultura y me llena la casa de negros o pone música tribal hasta las tantas...), el temor de que se vuelva a su país o se vaya a otro (es alguien al que le presuponemos desapego hacia el lugar donde vives y con alguien de aquí no nos lo plantearíamos), porque es una minoría y está más expuesta a no tener trabajo o tener pocos ingresos, o tenerlos por vías ilegales. En definitiva, hay muchos temores hacia dejar de cobrar el alquiler o a que se utilice tu casa de alguna manera que no te guste. No es porque defendamos una doctrina racista. ¿Y si fuera una mujer negra? La cosa cambia. Otro silogismo nos llevaría al machismo. Y seguramente el factor sexual influirá en muchas cosas, pero también influirá ese ideal que nos dice cosas como que una mujer no va a querer solucionar nada por la fuerza o la idea de que será más sensible y dialogante para cumplir su compromiso. ¿Y si es un negro o negra con dinero y perfectamente instalado en esta sociedad? No creo que siquiera saliera el tema del racismo.

Parto de que, al nacer, nadie tiene una orientación sexual adjudicada.  Durante años vivimos en la inocencia absoluta, sin filiaciones y sin prejuicios. No hay niños-macho y niñas-hembra, hay “niños” sin distinción de sexo. Y hay “mayores” no sexualizados: el niñ@ sabe qué puede esperar de cada uno. El silogismo nos llevará a la conclusión que queramos sacar. La persona que más atenta y sensible estará con el niñ@ probablemente
sea una mujer. Pero habrá otro montón de mujeres que no tengan ninguna intención de asumir ese papel y muchos hombres que estarán deseosos de asumirlo.

El niñ@ crece y, en la medida en que vaya teniendo protagonismo con el entorno tiene que ir definiendo su imagen. Tiene que posicionarse a partir de lo que percibe en su entorno. Ya no solo hay “niños” y “papás y mamás”... empieza a haber personas autoritarias y personas dialogantes, personas que se acercan y se preocupan y personas que no quieren saber nada del resto, hay izquierda y hay derecha, hay religiosos y no religiosos, divertidos y sosos... el pequeño tiene que ir configurando su propia imagen para vivir en sociedad. Al fin y al cabo, interactuar con los demás es defender la idea de ti que proyectas sobre ellos. Tu identidad ocupa una posición en el tapiz social y desde esa posición piensas y reaccionas, te justificas sobre lo que haces y lo que no haces.

Tu orientación sexual es parte de esa construcción social que da forma a lo que eres. Como con lo demás que vas eligiendo, te quedarás en el lugar donde estés más cómodo, donde esté más cómodo todo lo que has hecho y lo que no has hecho. Donde esté más cómoda la imagen que tienes de ti mismo. Eliges tu identidad sexual con cosas como la manera de vivir tus deseos, la manera de expresarte y la imagen física que muestras a los demás.

La imagen ideal de lo masculino y lo femenino que una sociedad hereda y ofrece es necesariamente antagónica. Hoy prevalece la masculinidad como fuerte, con iniciativa, protectora... y la feminidad como delicada, frágil, de formas suaves, complaciente. A lo largo de la historia, como ocurre con toda lucha de contrarios, esto ha tenido una función, aparte de la biológica reproductora que ocurre en todas las especies. Las sociedades se estructuran en torno a un sistema económico y la unidad familiar, que no era importante en los tiempos de la esclavitud, pasa a ser clave en el feudalismo. Las familias pobres vivían en la propiedad de los aristócratas terratenientes. De lo que producían, lo mejor iba para el señor, y el resto para ellos. Cuantos más hijos tuvieran, más brazos para trabajar la tierra. La mujer pobre quedaba relegada al hogar y los hijos. Las familias ricas basaban sus privilegios en los derechos dinásticos y el papel de las mujeres aquí quedaba relegado al de esposa transmisora de linaje y, aunque en otro plano más despegado, también madre. En el capitalismo, el trabajo asalariado pasa a ser la base del sistema. Es en la plusvalía que el propietario arrebata al asalariado donde radica la explotación y perpetuación del sistema. Aquí es donde los “-ismos” se tambalean. Sí, la mujer ha sido históricamente explotada y puesta en una posición inferior respecto al hombre. Pero en las sociedades capitalistas occidentales, allí donde hay clase media, ha alcanzado cotas de libertad a la altura del hombre. Además, hay mujeres capitalistas (propietarias y rentistas) que son explotadoras exactamente igual que los hombres capitalistas. Como la explotación se basa en reducir el salario, las doctrinas dejan de ser usadas como “absolutos”, como categorías de la vida humana para todo tiempo y lugar. Hay pretextos, pero no nos engañemos: bajo criterio económico. Da igual el pretexto para establecer mano de obra barata. No hace falta legitimación para que un empresario español utilice un edificio en ruinas en Bangladesh con varios miles de trabajadores hacinados. Solo tiene que ofrecer los empleos. Hay fábricas esclavistas por todo el mundo. Hay aprovechamiento de minorías inmigrantes por todo el planeta. No se trata de racismo, sino de capitalismo. El racismo es una excusa, el capitalismo no. La división sexual del trabajo existe: culturalmente, se asignan trabajos no cualificados a los géneros femenino (limpieza, cuidado de mayores) y masculino (mozos de almacén y trabajos físicos). Hay grupos de edad marginados para el empleo (mayores de 45 años), hay mujeres que ganan sueldos exorbitantes por mostrar su belleza en los medios –algo que al menos hace cambiar el concepto de machismo “explotador”-. Al capitalista le da igual a quién le tenga que pagar menos, solo quiere pagar menos. Si el estado le subvenciona la contratación de minusválidos, contratará minusválidos, y si le subvenciona la contratación de mujeres o inmigrantes, eso será lo que ocurrirá. La fórmula “beneficio = ingresos – costes” puede con cualquier otra consideración.

El género lo construye nuestra interacción con los demás. Uno no sabe que es un varón hasta que no ve a una mujer y viceversa. Lo que ocurre en nuestra relación con el género opuesto es determinante para definir qué tipo de mujer / hombre seremos. Ya digo que no creo que el género explique nuestros comportamientos. Antes del género están los “tipos de persona” donde encajamos hombres y mujeres. Tengo más en común con muchas mujeres que conozco que con muchos hombres que conozco. Y tampoco creo que las relaciones de pareja puedan ser explicadas desde el género. Veo que en las parejas hay roles que se asumen desde cada uno de los miembros y que uno se explica con el otro y viceversa. Esos roles a veces son ocupados por el hombre, otras por la mujer, indistintamente. Hay infinidad de factores. Todos conocemos a personas que están con alguien inseguro y parece que eso es lo que les hace falta para sentirse seguras y cómodas en su existencia, porque admiten haber estado enamoradas de otras personas o no dudan en cometer infidelidades. Hay quienes, al contrario, necesitan alguien con un temperamento fuerte y liderazgo. Depende de cosas como haber asimilado el patrón de comportamiento que han visto en su propia familia o, precisamente, rechazarlo. El caso es que no considero tampoco que un hombre actúe siempre igual en una relación de pareja por el hecho de ser “el hombre”, y lo mismo sobre “la mujer”.

Ese tipo de razonamientos solo puede mantenerse con falsos silogismos. Como cuando me tengo que dar por aludido porque me dicen que una mujer no tiene miedo al compromiso y un hombre sí. O cuando me dicen que yo gano más dinero que ellas, o que a mí me hacen más caso por ser hombre o que yo no sufro por mi físico y no siento presión sexual. Creo que quien vuelca sobre mí –el sexo opuesto- estos prejuicios realmente me habla de alguien con quien ha tenido una mala experiencia y que la quiere arreglar conmigo. Quiere reafirmarse en que lo hizo bien y dejar la responsabilidad de lo que no salió bien en la otra parte, en el otro sexo.

Ocurre que se habla de “género” como si las mujeres fueran víctimas de los hombres. Aquí podemos recopilar otra infinidad de silogismos. He leído cosas como que “los hombres tienen el dinero” o que “solo los hombres tienen el tiempo libre” para acceder a la cultura. Recuerdo el caso de una madre soltera que me hablaba como “experta en género” porque cursaba un master sobre género. Resulta que no había ido a ninguna clase porque “no tenía tiempo”, al cuidar de la niña. Y que se quedó embarazada de un idiota al que confundió con el “hombre de su vida”. Desde luego, es más fácil culpar al sexo opuesto que asumir los propios errores. Tenemos que saber cuándo solo se trata de no asumir la responsabilidad de nuestros actos.

Me interesa el tema de la presión social. Nos hablan de la dictadura de la estética que hay sobre las mujeres. Sin embargo, muchas mujeres hablan de lo bien que se sienten cuando se ven guapas, y muchas más de lo liberador que es escuchar públicamente a una mujer hablar de lo mucho que “le pone” un tío atractivo... Y busco el lugar éticamente correcto, igualitario, y el único que se me ocurre es “que cada un@ haga lo que quiera con su cuerpo”. ¿Quién soy yo para decir a una mujer que no debe ponerse tacones? ¿No sería yo machista diciéndole al otro sexo lo que tiene que hacer? Cada un@ es dueño de sus deseos, y todos vienen de algún sitio. No quiero saber cómo practicaban el sexo los hombres y mujeres del paleolítico.

Nos dicen que las mujeres tienen esa presión sobre la estética y los hombres no. Parece que la idea es que, si un hombre no se pone minifalda, entonces no hay presión sobre el hombre. Y lo que hay que hacer es buscar dónde está la presión. Si el ideal de lo masculino y de lo femenino es antagónico, la presión social ha de ser simétrica: con la misma intensidad, en dirección contraria. Desde pequeños se fomenta en las niñas el lloro como medio para que se les haga caso, mientras a los niños se les presiona para que no lloren. Así se configura una manera de enfrentar los problemas ante los demás. El chantaje emocional femenino es el correspondiente a la solución por la fuerza masculina y viceversa. Y quien solo quiera ver una de las dos, miente. Como miente quien vea que las adolescentes llevan minifalda pero no que ellos tengan que parecer gorilas; quienes ven la presión en que ellas busquen formas delicadas mientras ellos son “tontos” porque hablan a gritos y se pegan todo el rato para ver quién es más “machito”. Que las adultas tengan que querer a un solo hombre pero no que, si no te “follas” a las mujeres que muestran interés hacia ti eres un “flojo” y un “maricón”. Que un tío hable de las tetas de una mujer y no que una mujer hable de la importancia del tamaño o de la falta de virilidad. Que es presión hacia la mujer que muchos hombres quieran tener a su lado a una mujer más atractiva que “la de los otros” hombres... pero no que esa necesidad en esos hombres es otra presión social. El pavor a la impotencia que respira esta sociedad, la imagen de hombre de éxito como hombre con poder, con un coche mejor que el del vecino... Creo que este ideal de hombre es en gran parte causante del aumento de la homosexualidad. Al aumentar la libertad de opción ha aumentado el rechazo al “hombre” tradicional en favor de otras formas de ser y de sentir la sexualidad.

Para ello, las nuevas tecnologías han ayudado a abrir la mente porque compartimos distintas miradas. A toda época de “abrir la mente” le corresponde un foco de reacción ultraconservadora pero, a grandes rasgos, se avanza en tolerancia. El mito del hombre viril, tosco y dominante sexual ha sido reemplazado por una variedad de opciones masculinas. Incluso entre los propios hombres no pasa nada si se proclama la homosexualidad y el gusto por aquellos deseos adjudicados tradicionalmente a las mujeres. La reacción homófoba es, precisamente, resultado del miedo a esa apertura. El miedo del que ha crecido con el ideal de macho alfa pero ve más cerca que nunca la opción de la homosexualidad, en las antípodas de su propio ideal, no solo erótico, sino como base de su propia identidad. Cada vez es más fácil encontrar a una mujer que vive como quiere, saltándose el modelo de mujer frágil, obediente y complaciente y cada vez es más fácil ver hombres homosexuales. Cada vez es más difícil creer que “los hombres” tienen cualidades innatas como que “las mujeres” tengan las suyas. Adiós, silogismos. No olvidemos que, antes de nada, somos personas creadas por personas y con capacidad de decidir nuestros comportamientos.