Somos
seres sociales. Si no actúas ante los demás te vacías de contenido. Necesitas
ganar un espacio tuyo en un entorno. Y desde ahí obtener un significado propio
que mostrar y defender ante los demás. El verdadero nacimiento es cuando uno
gana esa posición respecto a los demás. Solo entonces puedes elegir. Quedarte
donde estás o buscar algo nuevo. Y que decidas una cosa u otra dependerá de
algo muy sencillo: la compensación. Si te compensa quedarte, por lo que tienes
seguro, te quedarás. Te entrarán los nervios y el cuerpo te pedirá justificar
la inacción, dejar las cosas como están. Ver lo bueno de lo que tienes y los
riesgos de la nueva posibilidad, para no cambiar nada. La cobardía no existe,
es simplemente que no nos compensa cambiar. Y la valentía tampoco: si te
compensan las expectativas del cambio, antes o después, te lanzarás.
Hay
una tercera opción, que se queda a medias: renegar de lo que eres. Sucede
cuando lo que te compensa es quedarte en un lugar imposible para que otros se
ocupen de lo tuyo. Interesante detalle: solo puede ocurrir si cuentas con que
otros pueden ocuparse de lo tuyo. Porque nadie vive deprimido sin que otro se
ocupe de lo suyo. Las personas que no saben lo que es la sobreprotección o
tener a alguien que les “haga las tareas” no se deprimen. Pensar de más y
abandonarte a la negación y al miedo es la manera de querer seguir con lo mismo
pero sin esfuerzo. Es una excusa más, como demuestra el hecho de que empeñarte
en buscar explicaciones o regodearte en las tristezas que te rodean no cambia
nada de lo que no te gusta ni tampoco te hace actuar distinto. La realidad es
que vivir es una obligación. Y morir, con su olvido, también. Nadie puede
escapar ni de ésto ni de sí mismo.
La
vida sí tiene sentido, otra cosa es que ese sentido no nos guste. Si te
pregunto si eres una silla me responderás que no eres una silla. Tu vida tiene
un sentido propio y es tarea de cada uno encontrarlo. Es lógico que no nos
guste la vida por cosas como que no es justa ni da segundas oportunidades. Al
fin y al cabo, nadie eligió vivir. Y lo que tenemos, realmente, no es fruto de
nuestra lucha, sino de lo que otros han luchado por nosotros, por dotarnos de
capacidades. Somos el fruto de la lucha de otros y nuestra vida es su resultado.
Sí, somos una construcción. Hay quien dirá que eso quiere decir que nuestra
vida está determinada de antemano. Quizás solo quiere decir que toda pregunta
tiene una respuesta. Que todo es explicable. Como la respuesta que vas a dar: o
está predeterminada o no es tu respuesta. Todo ello nos lleva a pensar acerca
de qué somos realmente cada uno de nosotros. Si aprendemos y asumimos por
asimilación o estímulos, si solo funcionamos por compensación. ¿Qué hay de “mí”
cuando hablo de mí? ¿Hay algo “propio” en la existencia de uno? Ni nacemos ni
nos hacemos: nos traen al mundo y nos hacen. Y el espacio donde estamos es siempre
una cuestión de todos.
Eso
sí, una vez configurada nuestra razón de ser, nuestra individualidad, aparece
algo que solo nos corresponde a nosotros: la capacidad de elección.
En
primer lugar, hacia nosotros mismos, con el cuestionamiento de lo que nos han dicho
que somos y lo que debemos hacer. El bien y el mal no existen como absolutos de
los que participen las formas de vida. No hay absolutos. Eres tú quien debe
decidir con qué te quedas. Pero si no te esfuerzas, tu criterio en realidad no
será sino el resultado de tu propia compensación. Antes de elegir con qué te
quedas, primero debes comprender esto. El bien es lo que tú consideres
positivamente y el mal es la destrucción de lo que has considerado. El mal no
es nada por sí mismo, solo es un “anti-“ lo que hayas pensado. Por eso no tiene
valor. Es una manera más de huir de tu realidad.
En
segundo lugar, el cuestionamiento del entorno. Necesitamos interactuar en el
espacio común para existir pero, a la vez, en ese espacio común no cabe el
vacío y tiene su propia dinámica, que nos puede convertir en lo que no queremos
ser. La mediocridad ocupa un lugar en todas las sociedades y, si no caes tú,
caerá otro. No está claro que se pueda construir una sociedad donde se
erradique la mediocridad. Probablemente solo cambiaría de forma. Bien mirado, una
sociedad sin contrarios es una sociedad estática, es decir, muerta. Y los
contrarios te permiten elegir.
Elegir
es vencer la compensación, adueñarnos de ella, de su dinámica y obligaciones
externas a nosotros. Y que nunca se disipe la duda de si estamos siguiendo nuestra propia decisión o si solo respondemos a los estímulos externos.
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