Tu
coche pasaba nuestras noches en esa calle que nadie mira, donde siempre había
sitio para dejarlo solo. Esa calle es lo primero que veo cada vez que arranco
en estas mañanas de después. Hago el recorrido al revés: me despierto sin
abrazarte, me levanto sin decir tonterías y me ducho sin haber sumado un beso; no me tomo mi vaso de zumo ni tus galletas sin azúcar y me molesta la luz y que
solo jueguen con el silencio esos estúpidos vecinos. Sin más paredes que las de
mi maldita cabeza, diciéndome las cosas de siempre pero también otras nuevas.
Como que no basta con saber de qué quieres huir.
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