Camina en dirección contraria a sus recuerdos y con la promesa de un libro en la mano. Ha sacado algo de su bolso, que también late, y llama con disimulo al gatito que se esconde bajo el viejo roble. Sus hambres se miran y se huyen como los niños y los charcos, que tienen que separarse para volver a sentirse. Están a un palmo y el gatito está a punto de llevarse a la boca la ofrenda cuando la mano danza suave hacia su cabeza, provocando otra danza de perfecta simetría huidiza.
Ssshhh, pequeñín, te dejo comer tranquilo. Y se incorpora levantando la vista, cruzándose con mi mirada, de perfecta simetría huidiza. Ssshhh...
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