Olía
muy mal. Un olor confiado de su fuerza, que se pegaba en el alma y pesaba en el
verbo. Ella miraba hacia los lados y no reconocía nada. Se preguntaba quién le
había dejado allí. Sola. Sin respuestas. Detuvo a un transeúnte con intención
de preguntarle, pero el transeúnte andaba a otra cosa y solo le decía que olía
muy mal. Imploró a un inquieto mirlo, a un gato juguetón y hasta a un policía
municipal. La única respuesta era la indiferencia.
Fue
recogida y llevada, junto a las otras, al inmenso vertedero de la ciudad.
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