Es 22
de marzo de 2016 y la vida se para en Europa. Centramos nuestra mirada en
Bélgica y los atentados de integristas islámicos. Nos sentimos inseguros y
vulnerables. Necesitamos que algo o alguien nos devuelva la tranquilidad y la
seguridad de nuestra vida diaria. Y también necesitamos un culpable, para
encajar el desorden.
Lo
fácil es quedar a disposición de nuestros gobiernos, sin capacidad crítica. Cerrar
filas en torno al capitalismo, el cristianismo y la defensa de la OTAN a la que
pertenecemos. Y culpar al Islam o, al menos, alejarlo todo lo posible. Que
alguien haga algo (sabemos mirar para otro lado) que deje las cosas como
estaban.
Sin
embargo, también podemos atrevernos a cuestionar el relato oficial. Porque el relato
oficial siempre tiene un objetivo: hacer que las cosas sigan como están. Y
comprenderemos que nuestro país intervino activamente en la creación de ese
monstruo. Fue la llamada “Segunda guerra de Iraq” -a la que el gobierno español
azuzó-, con su infinita prepotencia y su improvisación militar, la que destruyó
el país más avanzado del lugar. A pesar de que entraba en nuestra definición de
dictadura, el Iraq de Saddam era un país laico y con derechos sociales. Había
represión y los chiíes estaban discriminados políticamente, pero no había
ningún enfrentamiento civil por la religión. Al caer Saddam, EEUU estableció un
sistema político donde se exacerbaron las diferencias religiosas y se permitió
el revanchismo chií. Si a eso le juntamos que los saudíes (aliados de EEUU y
Occidente) estaban financiando la creación del grupo terrorista más sanguinario
hasta la fecha con la intención de tener una fuerza de choque sunnita, la
combinación no tardó en funcionar: ninguna estructura del estado sunnita hizo
frente al avance del ISIS por el país. Turquía y EEUU, interesados en debilitar
a Siria, dejaron hacer en ese territorio tanto al ISIS como a Al Qaeda. En la
balanza entre Arabia Saudí, Turquía, Siria e ISIS, a EEUU le compensó dejar
crecer al monstruo. Por cierto, en lo que concierne a España, sabemos que el
año 2015 fue el récord de venta de armas a Arabia Saudí, y que la Corona tiene
amistad íntima con aquella dinastía en el poder.
Pues
ese monstruo volvió a golpear en Europa. Se nos parte el alma y grabamos la
fecha. Pero sabemos que donde más golpea el ISIS es en Turquía y, sobre todo,
en Siria, país destrozado en todos los sentidos. No sabemos decir una fecha de
ninguno de estos atentados. No interesa hacer un relato real, continuado, de
los hechos. Al contrario, se muestra la realidad occidental, por un lado, y la
musulmana, por otro. El efecto de esta visión simple es que el Islam ataca a Occidente.
El
corte en el relato es más cruel cuando se trata como terroristas a los
refugiados que huyen precisamente del ISIS, haciéndoles doblemente víctimas por
el hecho de ser musulmanes. Además, el relato oficial nos dice que son
demasiados y que no se puede hacer nada con ellos. Ni se ha vuelto a hablar de
los refugiados que iba a acoger España ni se habla de que solo Jordania, con
mucha menos riqueza y territorio que España, ha acogido a casi un millón.
La
realidad es una red de negocios cruzados en la que siempre ganan los vendedores
de armas y alguien logra ganar un mercado o enajenar un recurso natural... y
siempre perdemos los civiles de aquí y de allí, se justifican recortes y
deportaciones y aumenta la desconfianza y la mentalidad de guerra.
Seguimos
con el relato, con la construcción de la realidad, porque las noticias nos
hablan del histórico acuerdo entre Cuba y Estados Unidos. Miramos con los ojos
del simpático Obama cuando pide la libertad de los presos políticos y dice que
no se debe imponer un cambio de gobierno por la fuerza. Respondiendo a lo
segundo, Obama, premio Nobel de la Paz, ya tumbó al gobierno libio por la
fuerza. Y en cuanto a lo primero, la principal violación de derechos humanos en
suelo cubano se llama Guantánamo y es el lugar donde Obama tiene presas a
personas que no están sujetas a ninguna jurisdicción y, por tanto, no tienen
derecho alguno. Nos siguen contando que el estado cubano escucha a los
disidentes, como si no hubiéramos oído hablar del informe de Snowden. Sí, lo de
Cuba tiene rasgos evidentes de dictadura. Pero damos por buena la idea de
democracia que quiere exportar EEUU, con un sistema político que aquí estaría
considerado como financiación ilegal (papeles de Bárcenas aparte), basado en
las donaciones privadas de los “lobbys” a cambio de favores políticos. Si la
voluntad política depende de la inversión privada es imposible que exista la izquierda
ideológica. Como evidentemente ocurre en el sistema americano, donde es
imposible que un partido político asuma algo tan básico como la sanidad
gratuita.
Por
supuesto, no nos hablan del estado fallido colombiano o mexicano, ni de la corrupción
brasileña o peruana. Si está en la lista de buenos pagadores es una democracia.
En la lista de malos pagadores están Cuba y Venezuela. El relato de Venezuela aparece
insistentemente: hemos de creer que el tal “Leopoldo López” es un preso político.
No nos cuentan que instigó las revueltas que acabaron con 42 muertos y la quema
de sedes del partido en el gobierno. Tampoco nos cuentan que unos años antes
promovió el golpe de Estado cuyo gobierno recibió inmediatamente el apoyo del
gobierno Aznar. Otro ejemplo de construcción de la realidad en función de lo
que uno quiera creer.
Nos
hablan de un tuitero que es encarcelado por menospreciar a las víctimas. Que se
ha pasado tres pueblos por decir “no me da pena Miguel Angel Blanco, me da pena
la familia desahuciada por el banco”. Aquél era concejal del partido heredero
del régimen franquista, responsable de más de cien mil enterrados en fosas
comunes a lo largo del país y que, aún hoy, se niega a reparar su memoria. Es
obvio que hay un doble rasero entre las víctimas. El portavoz del partido dijo
en su momento que las familias de desaparecidos solo se acordaban de las
víctimas cuando había subvenciones. La justicia también expresa la relación de
fuerzas existente en una sociedad.
En este
sentido recuerdo el relato de la Guerra Civil. Durante los primeros años de la
socialdemocracia en España, se recuperó el relato en el que la izquierda de
aquellos años era la “democracia” y la “libertad” y el fascismo vino a
establecer una dictadura. Lo cierto es que, en 1934, la izquierda no aceptó la
victoria de la derecha en las urnas y llamó a la insurrección en varias partes
del país. Y esto no se asume desde la izquierda. La pregunta es: “si volviese a
ocurrir hoy que la extrema derecha entrase en el gobierno, ¿la izquierda lo permitiría?” Lo lógico es que esa respuesta sea “No”. Y aquí damos una vuelta
de tuerca a la palabra “democracia”, que también depende de la relación de
fuerzas. Es más, el concepto de democracia es simplemente una cuestión de
fuerza.
Lo vemos
actualmente en todos los partidos políticos españoles, en constante cambio
porque se resquebraja el régimen pactado en 1978. Quienes no tienen apoyos en
las cúpulas piden primarias. Si arriba no las tienen todas consigo dicen que
“es una irresponsabilidad”. Es como el derecho de autodeterminación de los
pueblos: si es para debilitar a mi enemigo, por favor, procedan en nombre de
los derechos humanos. Si es para fragmentar mi territorio nacional, la unidad
es irrenunciable.
Hablo
de estos ejemplos concretos para plantear el tema de cómo construimos la
realidad. El pensamiento responde a la necesidad de colocarnos en la realidad
de manera que nos dé un esquema más o menos agradable, donde la posición en la
que nos percibimos sea aceptable tal y como estamos viviendo. Percibimos
grandes categorías como la ideología, el género o la religión y buscamos en
cada una de ellas el lugar en el que nos identificamos. Ese lugar donde esté
bien lo que hemos hecho hasta la fecha y donde todo aquello que no hicimos no haya
sido por responsabilidad nuestra. Donde el mal es algo ajeno. Donde nos indignamos
ante lo que veamos injusto para identificarnos en el lado bueno, pero solo
hasta el momento en que implique hacer algo más. Por todo ello, nuestro
pensamiento depende de la posición en la que nos percibimos dentro de la
sociedad y depende de la relación de fuerzas existente, que es el tablero. Si
no tenemos conciencia crítica, nuestro pensamiento va a ser exactamente lo que
la maquinaria de este sistema quiere que pienses. Una máquina, al fin y al
cabo, solo existe para reproducir.
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