Siempre son dos los hombres en el control. Son los primeros, porque nunca se sabe cuántos hay después. Con su pistola racial al cinto y una mente cargada de privilegios. Nadie puede escapar de ellos. Pero la mujer que se acerca es la enfermera de todos los días. Sus miradas dejan claro que un soldado no puede prohibir al tifus salir del gueto. Y también que, si la descubren, está muerta.
Y de la muerte arranca Irena a otro bebé judío, que vivirá en casa de los Preisner. Hoy ha caído el régimen. Al menos, para la pequeña Elzbieta.
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