Se despertó con la sensación de que había alguien más en la habitación. Quiso girar la cabeza para salir de dudas, pero estaba paralizado. Solo alcanzaba a ver el último vaso de whiskey vacío, en la mesita, al lado del despertador. Aunque cayera en uno de sus arrebatos alcohólicos, siempre había sido muy ordenado. Empezó a notar cómo la presencia se le acercaba, despacio, por el costado derecho. Sus miedosos ojos descubrían, en este orden, unas largas patas negras, potentes mandíbulas en forma de hoz y una cabeza que daba cortos giros sobre sí misma. Un cuerpo peludo y gigante, de color negro, que parecía estar devorándole poco a poco por dentro. Intentó por todos los medios ejercer alguna fuerza para liberarse, pero su cuerpo no respondía. Aterrorizado, revisó su campo de visión, como pidiendo ayuda a las sombras. Pero allí solo estaba, bien colocada y sobre la silla de siempre, la ropa que debía ponerse el lunes para ir a la oficina.
Las fuerzas se estaban olvidando de él por completo y no pudo mantener los ojos abiertos. Entonces apareció ella. Preciosa, con su mirada huidiza y sonriendo. Su voz dulce dijo “no te preocupes más y vente conmigo”.
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