En primer lugar, no eres lo único que existe y no eres algo que ha venido a sufrir. Objetivamente, eres la creación de otros seres humanos que quisieron darte lo mejor (familia) y de todos los que estuvieron antes, que pelearon para que tú puedas caminar erguido, cocinar, usar puentes, no tener dolores, viajar por el aire o por el mar, divertirte, ver en un aparato lo que sucede en otra parte del mundo, usar GPS, leer, escribir, tocar y escuchar música... Eso eres tú, eres hijo del amor que otros depositaron en ti y que creyeron en ti.
El miedo ocupa el espacio que no ocupa tu voluntad. En todo lo que hagas, si no decides tú lo que estás haciendo, estás dejando tu espacio al miedo, al autosabotaje que te empuja como en la física a hacer lo que en tu cabeza suene peor. El miedo a hablar en público se cura hablando en público. El miedo a vivir una situación se cura eligiendo cómo vivir esa situación y el miedo a morir se cura eligiendo cómo morir. Tomar las riendas, hacer tuya esa situación tuya. En lugar de esperar la muerte, seguir fiel a lo que eres hasta el último aliento.
Todas las personas que han existido antes han tenido que morir. Todas los que están viviendo ahora van a morir. Nadie quiere morir, solo se puede aceptar mejor o peor. Y el ser humano ha peleado durante miles de años para conseguir que los que vinieran después pudieran vivir más tiempo y en mejores condiciones, se pudieran curar las peores enfermedades o, al menos, paliar sus efectos. Otros han muerto antes demasiado jóvenes, en circunstancias injustas o peleando por los que vinieran después, sabiendo que nunca los conocerían pero esperando que valiera la pena.
La ansiedad no es más que la resistencia a aceptar lo que no puedes cambiar. Quieres que ocurra otra cosa y no puede ser, así que se liberan todos tus demonios y todo se vuelve oscuro o se derrumba. Lo primero que aprendemos en la vida es a llorar para que nos atiendan. Es necesario porque no tenemos otra manera de comunicar. Lloramos porque tenemos hambre o dolor y así nos pueden ayudar y resolver el problema. Es la etapa del niño, que vamos abandonando con la madurez. Comprendemos que llorar es pedir que otros resuelvan nuestro problema y que, al contrario, debemos asumir la responsabilidad de vivir en sociedad a la par que tenemos que empezar uno de los mayores trabajos de la vida: la aceptación. Hay cosas ante las que no puedes hacer nada. Y no son tu culpa.
Hay dos tipos de pensamiento: los que buscan cómo resolver algo y los que buscan una excusa. Si tienes que buscar un motivo es que estás buscando una excusa. Einstein dijo que, si todo te da igual, es que estás haciendo mal la suma.
La vida es un milagro que proporciona vivencias individuales constantemente. No sabemos muy bien por qué y seguramente nunca lo sabremos. El caso es que la vida se desarrolla en total libertad: todo fluye, todo empieza y acaba, no hay nada que se imponga por mucho tiempo, para bien o para mal. Y lo que menos nos gusta: no hay un poder superior que intervenga para corregir algo horroroso o dar una segunda oportunidad, ni para impartir justicia. Las desgracias ocurren. Y solo podemos aceptarlas.
Más allá de lo que una sociedad interprete como mejor o peor o de lo que se considere moralmente, hay algo indiscutible en la vida en sociedad que es la evolución. No todos los comportamientos son iguales y no todo da igual. Existe la evolución personal, cuando uno es capaz de ver más cosas que su propio interés, deja de actuar siguiendo sus instintos primarios o necesidades básicas y es capaz de entender con más profundidad lo que ocurre, no solo a su nivel individual, sino más allá. Asimismo, puede haber involuciones, por medio de la dejadez y la falta de fuerzas para seguir avanzando. Vivir es un milagro, un reto y una responsabilidad.
La vida se abre paso siempre, dando lugar a otra cosa que vivirá. Mientras vives, tienes a otros que están en la misma situación que tú. Nadie sabe por cuánto tiempo estará. También se podría vivir en la sombra, en soledad, pensando solo en lo propio, y la muerte seguramente dolería poco. Pero esa vida no tendría mucho valor: solo te estarías aprovechando de lo que otros hicieron para que tú estés aquí. Ver a los demás, que están en la misma condición que tú, ayudarnos a seguir y no dejarnos caer tiene más valor. Porque sabemos que, en la medida en que más amor compartimos y más vínculos creamos, más nos va a arrebatar la muerte. Es un negocio perdido, pero lleno de valentía y es sin duda nuestro mayor valor.