La idea de las olimpiadas nació en la Grecia antigua. Cada cuatro
años celebraban diversas pruebas deportivas con participantes de las
distintas ciudades. Y mientras duraban los juegos se daba una tregua a
todos los conflictos entre ellas. El mundo de hoy no tiene esa
deferencia. Al contrario, los Juegos Olímpicos son un gran escaparate de
nuestro mundo tal y como es. Los juegos nos enseñan a la pequeña Shang
Chunsong, una gimnasta china cuyo cuerpo lleva la huella
de la desnutrición infantil y que quiso ser la mejor para costear el
tratamiento que cure a su hermano, que su familia no puede pagar. Pero
también a los cinco niños de papá estadounidenses que denunciaron haber
sido atracados para esconder que estaban armándola tipo “Resacón en Las
Vegas” por las calles de Río. Nos muestra el bailecito que se marcaba el
haltera de Kiribati cada vez que levantaba la pesa. Luego supimos que
era un circo con el que llamar la atención de la situación imposible a
la que se enfrenta su pequeño país debido al calentamiento global.
Quizás el más aclamado ha sido Bolt, cuyas capacidades físicas son
únicas en esta especie, pero uno es tan grande como el enemigo que elige
y apenas podemos imaginar la gesta de Kimia Alizadeh Zenoorin para
llegar a ser la primera medallista iraní. Leímos con estupor que la
clavadista Ingrid de Oliveira echaba de su habitación a su pareja
femenina de salto para dedicar la noche anterior a su clasificación a un
participante brasileño de remo. No pareció importarle quedar última y
acabar la amistad con su compañera. Todo lo contrario de la velocista
saudí Kariman Abuljadayel, que hizo historia al quedar séptima en los
100 metros. Ella no pudo separarse de su familiar varón en toda su
estancia en Río y debió esconder todo su cuerpo durante la prueba.
Tampoco usó ninguno de los 450.000 condones que la organización
proporcionó a los participantes. Aunque para condón, la enorme malla de
policarbonato que se extendía sobre el yate de 6 estrellas que cobijaba a
los equipos de baloncesto de EEUU y les protegía de las balas y del
resto de participantes, no vaya a ser.
Con todas sus fronteras en pie, el mundo sigue siendo ese mar de fueguitos que decía Galeano.
Con todas sus fronteras en pie, el mundo sigue siendo ese mar de fueguitos que decía Galeano.