31 de mayo de 2015

Nosotros y yo

Si cuando estoy con ella se derrumba todo aquello en lo que creo, y cuando pienso sin ella solo camino hacia el miedo... ¿Qué demonios soy yo? Ese “yo” es el hilo que nos ata a la realidad, que mantiene unidas nuestras experiencias, deseos e ideas asumidas. Pero ¿qué es lo que ata realmente y para qué? Quizás lo que queda atado como “yo” tiene que ver más con nuestro entorno que con nuestra esencia. Con el contexto que nos hizo y su necesidad de que todo siga igual. Quizás la primera razón por la que venimos a ocupar un espacio en el mundo es ésa: que todo siga igual. Reproducir lo que existe. Rellenar todos los huecos del imaginario colectivo, en la proporción necesaria para que siga funcionando como estaba. Esto no tiene que ver con nuestras emociones más profundas, aquellas que no controlamos y que conocemos en los momentos que compartimos plenamente con otra persona. El “yo” sería la noción que tenemos de nosotros mismos y por eso depende de lo que percibimos que los demás piensan de nosotros. Por eso está determinado por los demás. Cuando pensamos, lo que hacemos es defender esa posición en la estructura que hemos dibujado con los demás para posicionarnos ante los demás y colocarlos en relación a nosotros mismos. La arquitectura de la calma. Pensar no es más que defender esa estructura y nuestra posición en ella. Que todo quede como está. Por eso el pensamiento es conservador. Busca razones para no actuar y para justificar la inacción. Solo actuamos en contra de este determinismo si hay una motivación externa que nos anima a ello. Si apareces tú queriendo escapar del absurdo impuesto y te conviertes en una razón por la que arriesgar y pelear. Nos encontramos en el otro. Y allí, precisamente, es donde toda esa superestructura que nos viste cada mañana puede desvanecerse.